Iniciativa de la América
Idea de un Congreso Federal de las Repúblicas
Palabras leídas en París el 22 de junio de 1856
Idea de un Congreso Federal de las Repúblicas
Palabras leídas en París el 22 de junio de 1856
Post-dictum.
Las palabras que publico, fueron leídas el día 22 de Junio de 1856 en París, en presencia de treinta y tantos ciudadanos pertenecientes a casi todas las Repúblicas del Sur. Acepten todos ellos la gratitud de su compatriota, por la benévola atención que dispensaron.
La idea de la Confederación de la América del Sur, propuesta un día por Bolívar, intentada después por un Congreso de plenipotenciarios de algunas de las Repúblicas, y reunido en Lima, no ha producido los resultados que debían esperarse. Los Estados han permanecido Des-Unidos.
Hoy, nosotros intentamos. Hemos aumentado las dificultades, pedimos mucho más que lo que antes se había imaginado. No es sólo una alianza para asegurar el nacimiento de la Independencia contra las tentativas de la Europa, ni únicamente en vista de intereses comerciales. Más elevado y trascendental es nuestro objeto.
Unificar el alma de la América.
Identificar su destino con el de la República.
Salvar la personalidad con el desarrollo integral de todas sus funciones y derechos; la personalidad que se pierde en Europa por la influencia de su pasado, por la fuerza del despotismo que mutila o divide para dominar más fácilmente, y por la división exagerada del trabajo, transportada a las funciones y derechos indivisibles de la personalidad.
Salvar la independencia territorial y la iniciativa del mundo Americano, amenazadas por la invasión, por el ejemplo de la Europa y por la división de los Estados.
Unificar el pensamiento, unificar el corazón, unificar la voluntad de la América.
Idea de libertad universal, fraternidad universal y práctica de la soberanía.
Acrecentamiento de fuerza por la unión, por la unidad de miras, la unidad de llamamiento al emigrante y unidad de educación al porvenir.
Consolidación de la República: o en fin la idea que todo lo resume:
Iniciativa de la América del Sur: en este momento sagrado de la historia, por medio de la iniciación que nosotros emprendemos para que se manifieste la creación moral del nuevo continente.
Tal es el objeto de esta llamada que hacemos a los hijos del Sur. La América debe al mundo una palabra. Esa palabra pronunciada, será la espada de fuego del genio del porvenir que hará retroceder al individualismo Yankee en Panamá; esa palabra serán los brazos de la América abiertos a la tierra y la revelación de una era nueva.
El palenque está abierto, la hora ha sonado. A todos el deber.
El Congreso Normal Americano
No creo que la historia nos presente un espectáculo más trascendental, que el que presenta hoy día, el Continente Americano.
Ha habido grandes iniciaciones en el mundo, –revoluciones que han cambiado su faz, cataclismos que parecían sumergir a la humanidad en el caos. La Grecia con su filosofía, su arte y su política, fijó en el firmamento de la historia, el astro más resplandeciente de la inteligencia y el más fecundo de heroísmo. Roma, con su espada, fue el arado terrible que abrió el surco sepulcral de una ciudad universal. Y los bárbaros vencedores del Imperio, aparecieron como imagen de pueblos convertidos en elementos que pasan como la tempestad sobre los monumentos del pasado.
Pero, ni en el Oriente antiguo, ni en Europa y en ninguna época, jamás se ha visto al más vasto continente dominado tan sólo por dos razas, con dos idiomas, con sólo dos religiones y una forma política, abrir un albergue a las ideas, hospitalidad a los nobles náufragos de Europa, –una esperanza, un campo al porvenir, –un derecho de ciudad a la razón, elevada por la soberanía de los pueblos a la altura de legislador del Nuevo Mundo.
No, jamás se ha visto campear a la razón, en un teatro más nuevo, más grandioso y más espléndido. Jamás se ha visto, a sólo dos razas diferentes, herederas, no de las tradiciones de la Europa, sino de las utopías de sus genios, ensayar los gérmenes de vida que contienen, y frente a frente, sin más barreras entre sí que el Océano que saluda y los Andes que se inclinan, levantarse como dos Titanes para disputarse los funerales o el porvenir de la civilización. No se había visto todavía a todo un mundo que marcha dejando atrás sus cementerios en Europa; –y que «deja a los muertos que entierren a sus muertos». –Como si el soplo creador que impulsaba a Colón, continuase soplando sobre la frente del Océano, así vemos a la América, bajel profético, navegar su rumbo sublime en línea recta, a pesar de algunos marineros temblorosos, no tras un paraíso de verdura y abundancia, ni buscando el camino a una cruzada, sino tras los Campos-Elíseos de la humanidad moderna, tras el cielo de la razón, que es la República en la tierra.
La cordillera de los Andes que extendiendo sus brazos a los polos, pretende abarcar la tierra con todas sus latitudes, y presentar perpendicularmente al Viejo-Mundo la barrera más portentosa que las entrañas del planeta levantaran, es la imagen del futuro coloso que mirando a ambos Océanos, elevará más alto que sus volcanes, no sólo el faro del viajero, sino el esplendor de la justicia.
Tal imagen, tal destino; –tal es nuestro deber, Americanos. No es tan sólo la magnitud de la cuna, ni las profecías de Colón, ni las riquezas de la creación derramadas en grande escala, el único impulso digno de agitar las almas de sus hijos; no es la herencia purificada de la historia, es el espectáculo del mundo antiguo revolviéndose en sus errores, es la tradición de la Independencia, es una concepción más grandiosa de la Divinidad y del destino del hombre libertado, el motivo que debe agitarnos para manifestar una creación moral no conocida, digna de tener por pedestal ese continente, –y por esperanza, la pacificación del mundo.
La paz es la unidad de la libertad. –En todo tiempo hemos visto imperar con más o menos fuerza, una idea, un dogma, un principio, y también a un pueblo o a una raza, representantes de esa idea, extender su poderío moral y material sobre las demás naciones. Pero todas esas tentativas falaces de unidad, han llenado la fosa de los siglos con la sangre más pura de la humanidad, tras el ensueño satánico de la monarquía universal.
Es verdad, que siempre ha parecido ser necesario un centro para el movimiento humano, así como un sol para la proyección de los planetas. Así también, una capital parece ser necesaria para la administración de un Estado, como la cabeza para coronar la organización del hombre.
Pero ¿qué es un centro, una capital, una cabeza? Es la manifestación, la representación de la unidad. Hasta hoy se exige la representación material de la unidad, confundiendo la idea con un símbolo. Se dice que la centralización es necesaria bajo pretexto de unidad; que la monarquía es unidad; –que la conquista es el sometimiento de la tierra a la unidad; –en una palabra, se ha identificado esa idea, con el despotismo; –y la vitalidad de los pueblos ha sido devorada por las capitales; –los derechos de la soberanía del hombre han sido usurpados por la monarquía o por las facultades extraordinarias; –la independencia de las razas ha sido violada en obsequio a la codicia, vanidad u orgullo de las naciones fuertes: –y la conciencia, el libre pensamiento, en fin, han sido el objeto constante de ataque espiritual y material de las teocracias: todo esto bajo pretexto de unidad.
Si tal es la unidad, no la queremos. No es ésa la idea que buscamos. Tal era la unidad de la conquista, destronada por nuestros padres en los campos de la Independencia. La unidad que buscamos es la identidad del derecho y la asociación del derecho. No queremos ejecutivosmonarquías, ni centralización despótica, ni conquista, ni pacificación teocrática. Mas la unidad que buscamos, es la asociación de las personalidades libres, hombres y pueblos, para conseguir la fraternidad universal.
Tal es la idea que nosotros podemos llamar el centro del movimiento Americano, la capital de la futura Confederación, el Capitolio de la libertad.
¿Hay hoy alguna nación que represente esa idea? Sé que hay algunas que pretenden representar la iniciación del mundo. Pero obras pedimos y no palabras, prácticas y no libros, instituciones, costumbres, enseñanza, y no promesas desmentidas.
Vemos imperios que pretenden renovar la vieja idea de la dominación del globo. El Imperio Ruso y los Estados-Unidos, potencias ambas colocadas en las extremidades geográficas, así como lo están en las extremidades de la política, aspiran, el uno por extender la servidumbre Rusa con la máscara del Paneslavismo, y el otro la dominación del individualismo Yankee. La Rusia está muy lejos, pero los Estados-Unidos están cerca. La Rusia retira sus garras para esperar en la acechanza; pero los Estados-Unidos las extienden cada día en esa partida de caza que han emprendido contra el Sur. Ya vemos caer fragmentos de América en las mandíbulas sajonas del boa magnetizador, que desenvuelve sus anillos tortuosos. Ayer Tejas, después el Norte de Méjico y el Pacífico saluda a un nuevo amo. Hoy las guerrillas avanzadas despiertan el Istmo, y vemos a Panamá vacilar suspendida, mecer su destino en el abismo y preguntar: ¿seré del Sur, seré del Norte?
He ahí un peligro. El que no lo vea, renuncie al porvenir. ¿Habrá tan poca conciencia de nosotros mismos, tan poca fe de los destinos de la raza Latino-Americana, que esperemos a la voluntad ajena y a un genio diferente para que organice y disponga de nuestra suerte? ¿Hemos nacido tan desheredados de los dotes de la personalidad, que renunciemos a nuestra propia iniciativa, y sólo creamos en la extraña, hostil y aún dominadora iniciación del individualismo? –No lo creo, pero ha llegado el momento de los hechos. Ha llegado el momento histórico de la unidad de la América del Sur; se abre la segunda campaña, que a la Independencia conquistada, agregue la asociación de nuestros pueblos. El peligro de la Independencia y la desaparición de la iniciativa de nuestra raza, es un motivo. El otro motivo que invoco no es menos importante.
Hemos indicado la acefalia del mundo en nuestros días. La historia vegeta, repitiendo viejos ensayos, renovando momias, desenterrando cadáveres. Sólo vemos una ciencia política: el despotismo, el sable, el maquiavelismo, la conquista, el silencio. La ciencia europea nos revela los secretos y las fuerzas de la creación para mejor dominarla; pero ¡fenómeno extraño! en ninguna faz histórica la personalidad ha aparecido más pequeña en medio de tanto esplendor inteligente. Parece que la ciencia cooperase a precipitar en el torrente de la fatalidad a la noble causa de la libertad del hombre. La materia obedece, el tiempo y el espacio se conquistan, los goces y el bienestar se extienden, pero la espontaneidad se olvida, la originalidad desaparece, el espíritu de creación espanta. Parece que el Viejo-Mundo trabajase en cavar una fosa y elevar un mausoleo, a la personalidad para presentarse sobre el desarrollo de los siglos como una especie nueva del reino animal. Las masas, los gobiernos, aparecen hoy día como acordes, y el sufragio universal de la vieja Europa consagra una alianza fementida en la abdicación de la soberanía del pueblo.
Pero la América vive, la América latina, sajona e indígena protesta, y se encarga de representar la causa del hombre, de renovar la fe del corazón, de producir en fin, no repeticiones más o menos teatrales de la edad-media, con la jerarquía servil de la nobleza, sino la acción perpetua del ciudadano, la creación de la justicia viva en los campos de la República.
A cualquier punto del horizonte que vuelva la vista el hijo de América, no verá sino a la América en actitud de desplegar sus alas para salvar el mar rojo de la historia. Recibamos el aliento que nos impulsa. Comprendamos que el momento iniciador del Nuevo-Mundo se presenta. Somos independientes por la razón y la fuerza. De nadie dependemos para ser grandes y felices. A nadie debemos esperar para emprender la marcha, cuando la conciencia, la naturaleza y el deber dicen al mundo Americano: Llegó la hora de tus grandes días. Cuando el mundo abdica, tú no has desesperado de la forma política de la justicia. A pesar de tus caídas, jamás has renegado la responsabilidad de un pueblo libre. Purificas tu suelo de los legados de la conquista. Ya no hay esclavos en las Repúblicas del Sur. Arrancas a pedazos el manto de Loyola. Derribas las barreras que separaban a los pueblos. La palabra circula en tus valles, visita las orillas de los grandes ríos, y brilla en los Andes para contemplar el firmamento poblado por la palabra de Dios. ¡Adelante, mundo de Colón, América de Maipo, Carabobo y de Ayacucho!
Pero para arrancar a la conciencia de un continente sus secretos, al porvenir sus misterios, para crear nuestros destinos, la unión es necesaria; –unidad de ideas por principio y la asociación como medio.
Permitid que insista. Tenemos que desarrollar la independencia, que conservar las fronteras naturales y morales de nuestra patria, tenemos que perpetuar nuestra raza Americana y Latina, que desarrollar la República, desvanecer las pequeñeces nacionales para elevar la gran nación Americana, la Confederación del Sur. Tenemos que preparar el campo con nuestras instituciones y libros a las generaciones futuras. Debemos preparar esa revelación de la libertad que debe producir la nación más homogénea, más nueva, más pura, extendida en las pampas, llanos y sábanas, regadas por el Amazonas, el Plata y sombreadas por los Andes. Y nada de esto se puede conseguir sin la unión, sin la unidad, sin la asociación.
Y todo esto, fronteras, razas, República y nueva creación moral, todo peligra, si dormimos. Los Estados Des-Unidos de la América del Sur, empieza a divisar el humo del campamento de los Estados-Unidos. Ya empezamos a sentir los pasos del coloso que sin temer a nadie, cada año, con su diplomacia, con esa siembra de aventureros que dispersa; con su influencia y su poder crecientes que magnetiza a sus vecinos, con las complicaciones que hace nacer en nuestros pueblos; con tratados precursores, con mediaciones y protectorados; con su industria, su marina, sus empresas; acechando nuestras faltas y fatigas; aprovechándose de la división de las Repúblicas; cada año más impetuoso y más audaz, ese coloso juvenil que cree en su imperio, como Roma también creyó en el suyo, infatuado ya con la serie de sus felicidades, avanza como marea creciente que suspende sus aguas para descargarse en catarata sobre el Sur.
Ya resuena por el mundo ese nombre de los Estados-Unidos, contemporáneo de nosotros y que tan atrás nos ha dejado. Los hijos de Pen y Washington hicieron época, cuando reunidos en Congreso proclamaron la más grande y bella de las constituciones existentes y aún antes de la revolución francesa. Entonces regocijaron a la humanidad adolorida, que desde su lecho de tormento, saludó a la República del Atlántico como una profecía de la regeneración de la Europa. El libre pensamiento, el self government, la franquicia moral y la tierra abierta al emigrante, han sido las causas de su engrandecimiento y de su gloria. Fueron el amparo de los que buscaban el fin de la miseria, de los que huían de la esclavitud feudal y teocrática de Europa; sirvieron de campo a las utopías, a todos los ensayos: de templo en fin a los que aspiran por regiones libres para sus almas libres. Ése fue el momento heroico en sus anales. Todo creció: riqueza, población, poder y libertad. Derribaron las selvas, poblaron los desiertos, recorrieron todos los mares. Despreciando tradiciones y sistemas, y creando un espíritu devorador del tiempo y espacio, han llegado a formar una nación, un genio particular. Volviendo sobre sí mismos y contemplándose tan grandes, han caído en la tentación de los Titanes, creyéndose ser los árbitros de la tierra y aun los contemptores del Olimpo. La personalidad infatuada desciende al individualismo, su exageración al egoísmo; y de aquí, a la injusticia y a la dureza de corazón no hay más que un paso. Pretenden en sí mismos concentrar el universo. El Yankee reemplaza al Americano, el patriotismo romano al de la filosofía, la industria a la caridad, la riqueza a la moral, y su propia nación a la justicia. No abolieron la esclavitud en sus estados, no conservaron las razas heroicas de sus indios, ni se han constituido en campeones de la causa universal, sino del interés Americano, del individualismo sajón. Se precipitan sobre el Sur, y esa nación que debía haber sido nuestra estrella, nuestro modelo, nuestra fuerza, se convierte cada día en una amenaza de la AUTONOMÍA de la América del Sur.
Hé ahí algo de providencial que nos estimula para que entremos al palenque, y no podemos hacerlo sino unidos. ¿Cuáles serán nuestras armas, nuestra táctica? Nosotros que buscamos la unidad, incorporaremos en nuestra educación los elementos vitales que contiene la civilización del Norte. Procuraremos completar lo más posible al ser humano, aceptando todo lo bueno, desarrollando las facultades que forman la belleza o constituyen la fuerza de otros pueblos. Hay manifestaciones diferentes pero no hostiles de la actividad del hombre. Reunirlas, asociarlas, darles unidad, es el deber. La ciencia y la industria, el arte y la política, la filosofía y la naturaleza deben marchar de frente, así como en el pueblo deben vivir inseparables todos los elementos que constituyen la soberanía: el trabajo, la asociación, la obediencia y la soberanía indivisible. Por eso no despreciaremos, sino que nos incorporaremos, todo aquello que resplandece en el genio y en la vida de la América del Norte. No debemos despreciar bajo pretexto de individualismo todo lo que forma la fuerza de esa raza. Cuando los romanos quisieron formar una marina, tomaron por modelo a un buque cartaginés; cambiaron su espada por la española, se apoderaron de la ciencia, filosofía, y arte de los griegos sin abdicar su genio, y abrieron un templo a las divinidades de los pueblos mismos a quienes combatían, como para asimilarse, el genio de las razas y la fuerza de todas las ideas. Del mismo modo nosotros debemos apoderarnos del hacha del Yankee para desmontar la tierra; debemos enfrenar la anarquía con la libertad, único Hércules capaz de domeñar esa hidra; derribar el despotismo con la libertad, único Bruto capaz de extinguir a todos los tiranos. Y todo esto lo posee el Norte porque es libre, porque se gobierna a sí mismo, porque sobre todas las sectas y religiones impera un principio común que las domina, que es la libertad del pensamiento y el gobierno del pueblo. No hay entre ellos religión del Estado porque la religión del Estado es el Estado: la soberanía del pueblo. Tal espíritu, tales elementos debemos asimilarnos, debemos agregar a lo que nos caracteriza. Es así como las ideas, esas divinidades sin conciencia que vagan por las selvas y cordilleras de la América, aparecerán un día en el foro de la República del Sur.
No temamos el movimiento. Respiremos el aura viril que hace flamear el pabellón de las estrellas; sintamos hervir en nuestras venas el germen de todas las empresas; oigamos resonar en nuestras regiones silenciosas el estrépito de las ciudades que se levantan, las emigraciones atraídas por la libertad; y en las plazas y bosques, en las escuelas y congreso se repita con la fuerza de la esperanza: ¡adelante!, ¡adelante!
Que más rápido que el camino de hierro y que el telégrafo eléctrico, el pensamiento de los hijos del Sur, unísono en sus miras, palpite armónicamente en nuestros pueblos para dar un centro, una capital, un corazón a ese mundo sobre quien se ciernen tantas bendiciones.
Es para cooperar a ese fin que os he convocado.
No nos creamos tan desnudos de obras morales, de modo que nuestra pequeñez nos desanime.
Conocemos las glorias y aun la superioridad del Norte, pero también nosotros tenemos algo que colocar en la balanza de la justicia.
Podemos decirle:
Todo os ha favorecido. Sois los hijos de los primeros hombres de la Europa moderna, de aquellos héroes de la Reforma que cargando el antiguo testamento atravesaron las grandes aguas para levantar un altar al Dios de la conciencia. Una raza de caballeros salvajes os recibió con la hospitalidad primitiva. Una naturaleza fecunda y tierras vírgenes sin fin, multiplicaban vuestros esfuerzos. Nacíais y erais bautizado en las florestas primitivas con el entusiasmo de una nueva fe, iluminados con la prensa, con la libertad de la palabra y recompensados con la abundancia. Recibíais una educación viril, que era la idea y la práctica de la soberanía. Lejos de reyes y siendo todos reyes, lejos de las castas raquíticas de Europa, de sus hábitos de servilidad y de sus costumbres de domesticidad, crecíais con el vigor de una nueva creación. Erais libres; quisisteis ser independientes, –y lo fuisteis. Albión retrocedió ante los héroes de Plutarco que os constituyeron en la federación más grande.
No así nosotros.
Fueron los hombres de Felipe II que en la nave del concilio de Trento atravesaron el océano para hacer con la espada el desierto de razas y naciones. Cuadros de explotadores fueron los que delinearon las ciudades. Las llamas de la ortodoxia eclipsaban el resplandor de las cordilleras, y esos hombres cebados en las carnicerías de Granada y en los bosques de los Países Bajos, convertidos en patíbulos de herejes, fueron los legisladores, los institutores de la América del Sur. Cuna de hierro fue nuestra cuna, sangre de naciones fue nuestro bautismo, himno de terror fue el cántico que saludó nuestros primeros pasos. Aislados del universo, sin más luz que la que permitía el cementerio del Escorial, sin más voz humana que la de obediencia ciega, pronunciada por la milicia del Papa, los frailes y la milicia del Rey, los soldados, tal fue nuestra educación. En silencio crecíamos, con espanto nos mirábamos. Extendieron una piedra funeral sobre el continente, y sobre ella pusieron el peso de diez y ocho siglos de servidumbre y decadencia. Y a pesar de eso, hubo palabra, hubo luz en las entrañas del dolor, y rompimos la piedra sepulcral, y hundimos esos siglos en el sepulcro de los siglos que nos habían destinado. Tal fue el arranque, tal fue la revelación o inspiración de la República.
Con tales antecedentes, este resultado merece ser colocado en la balanza con la América del Norte.
En seguida hemos tenido que organizarlo todo. Hemos tenido que consagrar la soberanía del pueblo en las entrañas de la educación teocrática. Hemos tenido que luchar contra el sable infecundo, que infatuado con sus triunfos, creyó encontrar los títulos de legislador en su tajante acero. Hemos tenido que despertar a las masas a riesgo de ser sofocados con la fatalidad de su peso, para iniciarlas en la vida nueva, dándoles la soberanía del sufragio. Hemos hecho desaparecer la esclavitud de todas las Repúblicas del Sur, nosotros los pobres, y vosotros los felices y los ricos no le habéis hecho; hemos incorporado e incorporamos a las razas primitivas, formando en el Perú la casi totalidad de la nación, porque las creemos nuestra sangre y nuestra carne, y vosotros las extermináis jesuíticamente. Vive en nuestras regiones algo de esa antigua humanidad y hospitalidad divinas; en nuestros pechos hay espacio para el amor del género humano. No hemos perdido la tradición de la espiritualidad del destino del hombre. Creemos y amamos todo lo que une; preferimos lo social a lo individual, la belleza a la riqueza, la justicia al poder, el arte al comercio, la poesía a la industria, la filosofía a los textos, el espíritu puro al cálculo, el deber al interés. Somos de aquellos que creemos ver en el arte, en el entusiasmo por lo bello, independientemente de sus resultados, y en la filosofía, los resplandores del bien soberano. No vemos en la tierra, ni en los goces de la tierra el fin definitivo del hombre; y el negro, el indio, el desheredado, el infeliz, el débil, encuentra en nosotros el respeto que se debe al título y a la dignidad del ser humano.
Hé ahí lo que los Republicanos de la América del Sur se atreven a colocar en la balanza, al lado del orgullo, de las riquezas y del poder de la América del Norte.
Pero nuestra inferioridad es latente. Es necesario desarrollarla. La del Norte es presente y se desarrolla. Esto quiere decir que el tiempo golpea nuestras fronteras para llamar las nacionalidades a la acción.
Así como Catón, el censor, terminaba todos sus discursos con una frase destructora, «delenda est Cartago», así, al fin de todos los raciocinios, uno es el pensamiento creador que se presenta: la necesidad de la Unión Americana.
¿Quién ha brillado más en la historia que la Grecia? Poseedora en alto grado de todos los elementos y condiciones que pueden presentar al hombre en la plenitud de sus facultades asociadas en el goce completo de la personalidad, sucumbe por la división y la división apaga la luz que su heroísmo conquistara. Nosotros nacemos y, al nacer, en la cuna nos asaltan las serpientes. Tenemos, como Hércules, que ahogarlas; –y esas serpientes son la anarquía, la división, las pequeñeces nacionales. El campo nos provoca para realizar los doce trabajos simbólicos del héroe. Los monstruos espían en la selva de nuestras preocupaciones, la hora y la prolongación del letargo. Las columnas de Hércules están hoy en Panamá. Y Panamá simboliza la frontera, la ciudadela, y el destino de ambas Américas. Unidos, Panamá será el símbolo de nuestra fuerza, el centinela de nuestro porvenir. Des-Unidos, será el nudo gordiano cortado por el hacha del Yankee y que le dará la posesión del imperio, el dominio del segundo foco de la elipsis, que describen la Rusia y los Estados-Unidos en la geografía del globo.
Además del interés que tenemos en unirnos para desarrollar la República y dar una marcha normal a las naciones, además de la gloria que nos espera si arrebatamos la iniciativa en este momento histórico, exhausto de libertad en el Viejo Mundo, los intereses geográficos, territoriales, la propiedad de nuestras razas, el teatro de nuestro genio, todo eso nos impulsa a la unión, porque todo está amenazado en un porvenir y no remoto por la invasión ayer jesuítica, hoy descarada de los Estados-Unidos.
Walker es la invasión, Walker es la conquista, Walker son los Estados-Unidos. ¿Esperaremos que el equilibrio de fuerza se incline de tal modo al otro lado, que la vanguardia de aventureros y piratas de territorios, llegue a asentarse en Panamá, para pensar en nuestra unión? Panamá es el punto de apoyo que busca el Arquímedes Yankee para levantar a la América del Sur y suspenderle en los abismos para devorarla a pedazos. Ni la antigua Colombia bastaría a contener el desborde sajón, una vez rotos los diques, dueños de la llave de los dos Océanos y de las costas y desembocaduras de los grandes ríos. Después el Perú, sería el amenazado, como ya lo es por su Amazonas. Entonces veríamos de qué peso sería Bolivia, Chile, las Repúblicas del Plata. Entonces veríamos cuál sería nuestro destino en vez del de la gran unión del Continente. La unión es deber, la unidad de miras es prosperidad moral y material, la asociación es una necesidad, aún más diría, nuestra unión, nuestra asociación debe ser hoy el verdadero patriotismo de los Americanos del Sur.
No se crea tal idea un imposible. No hace medio siglo, que los hijos del Plata y del Orinoco, del Guayas y del Magdalena, que los descendientes de Atahualpa y de Caupolicán se abrazaban en los días de muerte y de victoria, por espacio de 12 años y en las cimas de los Andes. Entonces la patria se llamaba Independencia. ¿Por qué hoy, cuando se trata de conservar las condiciones físicas y morales del derecho y del porvenir de esa Independencia, no hemos de volver a sentir esa alma Americana que iluminó nuestro nacimiento con los resplandores de todas las campañas, desastres y victorias de los años terribles? –Sí. –Hoy la patria se llamará CONFEDERACIÓN, para la segunda campaña, para abrir la era de una nueva manifestación de gloria.
Otra consideración más elevada y más profunda tengo también que presentaros.
¿Qué es lo que se pierde en Europa? La personalidad. ¿Por qué causa? Por la división. Se puede decir, sin temor de asentar una paradoja, que el hombre de Europa, se convierte en instrumento, en función, en máquina, o en elemento fragmentario de una máquina. Se ven cerebros y no almas; –se ven inteligencias y no ciudadanos; –se ven brazos y no humanidad; reyes, emperadores, y no pueblos; se ven masas y no soberanía; se ven súbditos y lacayos por un lado, y no soberanos. El principio de la división del trabajo, exagerado, y trasportado de la economía política a la sociabilidad, ha dividido la indivisible personalidad del hombre, ha aumentado el poder y las riquezas materiales, y disminuido el poder y las riquezas de la moralidad; y es así como vemos los destrozos del hombre flotando en la anarquía y fácilmente avasallados por la unión del despotismo y de los déspotas.
Huyamos de semejante peligro. Salvar la personalidad en la armonía de todas sus facultades, funciones y derechos, es otra empresa sublime digna de los que han salvado la República a despecho de la vieja Europa. Todo pues nos habla de unidad, de asociación y de armonía: la filosofía, la libertad, el interés individual, nacional y continental. Basta de aislamiento. Huyamos de la soledad egoísta que facilita el camino a la misantropía, a los pensamientos pequeños, al despotismo que vigila y a la invasión que amenaza.
Uno es nuestro origen y vivimos separados. Uno mismo nuestro bello idioma y no nos hablamos. Tenemos un mismo principio y buscamos aislados el mismo fin. Sentimos el mismo mal y no unimos nuestras fuerzas para conjurarlo. Columbramos idéntica esperanza y nos volvemos las espaldas para alcanzarla, tenemos el mismo deber y no nos asociamos para cumplirlo. La humanidad invoca en sus dolores por la era nueva, profetizada y preparada por sus sabios y sus héroes; –por la juventud del mundo regenerado, por la unidad del dogma y de la política, por la paz de las naciones y la pacificación del alma, ¿y nosotros, que parecíamos consagrados para iniciar la profecía, nosotros olvidamos esos sollozos, ese suspiro colosal del planeta, que invoca por ver a la América revestida de justicia y derramando la abundancia del alma y de sus regiones, sobre todos los hambrientos de justicia?
No, americanos, no hermanos, que vivimos esparcidos en esa cuna grandiosa mecida por los dos Océanos.
La asociación es la ley, es la forma necesaria de la personalidad en sus relaciones. En paz o en guerra, para acrecentar nuestro ser, para perfeccionarnos, la asociación es necesaria. Aislarse es disminuirse. Crecer es asociarse. Nada tenemos que temer de la unión y sí mucho que esperar. ¿Cuáles son las dificultades? Creo que tan sólo el trabajo de propagar la idea. ¿Qué nación o qué gobierno Americano se opondrían? ¿Qué razón podrían alegar? ¿La independencia de las nacionalidades? Al contrario, la confederación lo consolida y desarrolla, porque desde el momento que existiese la representación legal de la América, cuando viésemos esa capital moral, centro, concentración y foco de la luz de todos nuestros pueblos, la idea del bien general, del bien común, apareciendo con autoridad sobre ellos, las reformas se facilitarían, la emulación del bien impulsaría, y la conciencia de la fuerza total, de la gran confederación, fortificaría la personalidad en todos los ámbitos de América. –No veo sino pequeñez en el aislamiento; –no veo sino bien en la asociación. La idea es grande, el momento oportuno, ¿por qué no elevaríamos nuestras almas a esa altura?
Sabemos que la Rusia es la barbarie absolutista, pero los Estados-Unidos olvidando la tradición de Washington y Jefferson son la barbarie demagógica. Hoy se presenta a nuestra vista el más vasto palenque de dos razas, de dos ideas en el campo más vasto del mundo para disputarse la soberanía territorial y el imperio del porvenir. El Norte sajón condensa sus esfuerzos, unifica sus tentativas, harmoniza los elementos heterogéneos de su nacionalidad para alcanzar la posesión de su Olimpo, que es el dominio absoluto de la América. Ha creado su diplomacia, ahoga la responsabilidad de sus actos con las palpitaciones egoístas de una fiebre invasora; y de su prensa, de sus meetings sale la voz profética de una cruzada filibustera que promete a sus aventureros las regiones del sur y la muerte de la iniciativa Sur-Americanas. ¿Y nosotros que tenemos que dar cuenta a la Providencia de las razas indígenas, nosotros que tenemos que presentar el espectáculo de la República identificada con la fuerza y la justicia, nosotros que creemos poseer el alma primitiva y universal de la humanidad, una conciencia para todos los resplandores del ideal, nosotros en fin, llamados a ser la iniciativa del mundo por un lado y por otro la barrera a la demagogia y al absolutismo y la personificación del porvenir más bello, abdicaremos, cruzaremos los brazos, no nos uniremos para conseguirlo? –¿Quién de nosotros, conciudadanos, no columbra los elementos de la más grande de las epopeyas en ese estremecimiento profético que conmueve al Nuevo-Mundo?
Debemos, pues, presentar el espectáculo de nuestra unión Republicana. Todo clama por la unidad. La América pide una autoridad moral que la unifique. La verdad exige que demos la educación de la libertad a nuestros pueblos; un gobierno, un dogma, una palabra, un interés, un vínculo solidario que nos una, una pasión universal que domine a los elementos egoístas, al nacionalismo estrecho y que fortifique los puntos de contacto. Los bárbaros y los pobres esperan ese Mesías; los desiertos, nuestras montañas, nuestros ríos claman por el futuro explotador; y la ciencia, y aún el mundo prestan oído para ver si viene una gran palabra de la América: Y esa palabra será, la asociación de las Repúblicas.
¿Cómo iniciar esta idea?
Es para eso que os he convocado, creyendo de antemano que aceptaréis este proyecto, para que cada uno de vosotros, según sus esfuerzos, coopere a su propaganda, en sus patrias respectivas.
He aquí lo que propongo:
Proponer y pedir la formación de un Congreso Americano.
La primera nación que proclame esa idea, puede ofrecer su hospitalidad a la primera reunión, y oficiar a las demás Repúblicas para que envíen sus representantes.
Cada República enviará igual número de representantes. Puede fijarse el mínimum a cinco.
Reunido el Congreso con autoridad legal para entender en todo lo relativo a lo que sea común, ese Congreso puede determinar la capital Americana. Sus determinaciones no tendrán fuerza de ley sin la aprobación particular de los Estados.
Siendo el Congreso la autoridad moral, la norma de las reformas y del espíritu que debe imperar en la Confederación, debe aceptar como base de sus trabajos, el reconocimiento de la soberanía del pueblo, y la separación absoluta de la Iglesia y del Estado.
Siendo el Congreso el símbolo de la unión y de la iniciación, se ocupará especialmente de los puntos siguientes, que procurará convertir en leyes particulares de cada Estado:
1º La ciudadanía universal. Todo Republicano puede ser considerado como ciudadano en cualquier República que habite.
2º Presentar un proyecto de código internacional.
3º Un pacto de alianza federal y comercial.
4º La abolición de las aduanas inter-Americanas.
5º Idéntico sistema de pesos y medidas.
6º La creación de un tribunal internacional, o constituirse el mismo Congreso en tribunal, de modo que no pueda haber guerra entre nosotros, sin haber antes sometido la cuestión al Congreso y esperado su fallo, a menos en el caso de ataque violento.
7º Un sistema de colonización.
8º Un sistema de educación universal y de civilización para los bárbaros.
9º La formación de libro americano.
10º La delimitación de territorios discutidos.
11º La creación de una Universidad Americana, en donde se reunirá todo lo relativo a la historia del Continente, al conocimiento de sus razas, lenguas americanas, &c.
12º Presentar el plan político de las reformas, en el cual se comprenderán el sistema de contribuciones, la descentralización, y las formas de la libertad que restituyan a la universalidad de los ciudadanos las funciones que usurpan o han usurpado las constituciones oligárquicas de la América del Sur.
13º Que ese Congreso sea declarado el representante de la América en caso de conflicto con las naciones extrañas.
14º El Congreso fijará el lugar de su reunión y el tiempo, organizará su presupuesto, creará un diario americano. Es así como creemos que de iniciador se convierta un día en verdadero legislador de la América del Sur.
15º Una vez fijadas las atribuciones unificadoras del Congreso Americano y ratificadas por la unanimidad de las Repúblicas, el Congreso podrá disponer de las fuerzas de los Estados-Unidos del Sur, sea para la guerra, sea para las grandes empresas que exige el porvenir de la América.
16º Los gastos que exija la Confederación, serán determinados por el Congreso y repartidos en las Repúblicas a prorrata de sus presupuestos.
17º Además de las elecciones federales para representantes del Congreso, puede haber elecciones unitarias de todas las Repúblicas, sea para nombrar un representante de la América, un generalísimo de sus fuerzas, o bien sea para votar las proposiciones universales del Congreso.
18º En toda votación general sobre asuntos de la Confederación, la mayoría será la suma de los votos individuales y no la suma de los votos nacionales. Esta medida unirá más los espíritus.
Epílogo.
Así como Colón se apoderó de todas las tradiciones, leyendas y poesías de la antigüedad que indicaban un mundo perdido u olvidado para fecundizar su inspiración y sus cálculos científicos; respirando, se puede decir, en la atmósfera de la tierra completada por su genio, y abrazando a la geografía, a las razas, a las ideas, con las llamas de un cosmopolitismo religioso, para salvar el misterio del Océano indefinido; así nosotros, poseedores de toda latitud y todo clima, herederos de la tradición purificada, incorporando en nuestra vida las armonías de las razas, y vivificando con la razón y con el alma la solidaridad del género humano en la libertad civil, política y religiosa, tomaremos el vuelo para salvar ese océano de sangre y de tinieblas que se llama historia, fundar la nueva era del mundo y descubrir el paraíso de la pacificación y libertad.
Que más alto que los Andes, el fanal del Nuevo Mundo se levante; –que llegue su luz matinal a los espíritus que gimen en Europa, y que esa luz sea la antorcha de la hospitalidad y de la ciudadanía. Que caigan las barreras del espíritu y del cuerpo, la intolerancia y las aduanas.
Todo pensamiento de la América debe corresponder al desarrollo democrático del deber y del derecho. Que el hombre y los pueblos en nuestras regiones, despierten amamantados por las lecciones de la juventud inmortal de la naturaleza, sin conocer más tradiciones y recuerdos que el ruido que hace el Viejo-Mundo despeñándose en sus antiguos precipicios. Sepamos contemplar a la humanidad doliente, que cual otro Prometeo protesta encadenado en Asia, África y Europa, dormitando bajo el peso de la naturaleza sin la libertad, o bajo la ciencia de la fuerza y del engaño, y que espera quizás la revelación de la justicia por la boca de todo un Continente, para proclamarse emancipada. Que más libre que el Cóndor, despliegue la razón sus alas, y de volcán en volcán, de playa en playa, recorriendo con su organización predestinada a todo clima, sacuda la somnolencia, impulse a los que vigilan y derrame los efluvios de su luz en la conciencia de todo hombre.
Nuestros padres tuvieron un alma y una palabra para crear naciones; tengamos esa alma para formar la nación Americana, la confederación de las Repúblicas del Sur, que puede llegar a ser el acontecimiento del siglo y quizás el hecho precursor inmediato de la era definitiva de la humanidad. Álcese una voz cuyos acentos convoquen a los hombres de los cuatro vientos, para que vengan a revestir la ciudadanía Americana. Que del foro grandioso del Continente unido, salga una voz: ¡adelante! –¡adelante en la tierra poblada, surcada, elaborada: adelante con el corazón ensanchado para servir de albergue a los proscritos y emigrantes: adelante con la inteligencia para arrancar los tesoros del oro inagotable, depositados por Dios en las entrañas de los pueblos libres; adelante con la voluntad para que se vea en fin la religión del heroísmo, vencedora de la fatalidad, vencedora de los hechos y vencedora de las victorias de los malvados!
¿Qué queremos? Libertad y unión. Libertad sin unión es anarquía. Unión sin libertad es despotismo. La libertad y la unión será la Confederación de las Repúblicas.
Somos pequeños si contamos nuestros años, pero grandes si comprendemos lo que se ha hecho; somos pequeños si contamos el número de nuestros habitantes, pero no lo somos si calculamos esa población y su espíritu, tan despojado de tradiciones y de errores, somos pobres en capitales adquiridos y los más ricos si la asociación y el trabajo despertaran; somos pequeños bajo el cielo o ante la faz del Omnipotente, pero sublimes si verdaderos intérpretes del Ser, nos ponemos en camino, cargando el testamento de la perfección del género humano.
Llegando a este grado en la conciencia del destino, nuestra causa llega a ser una religión, Americanos, porque sería la iniciativa de una creación moral, la formación de un vínculo divino, para acrecentar el bien en todos y el mejor de todos los bienes, la libertad y la solidaridad del hombre.
Tal es el fin. Espero que todos nosotros, poseídos de la verdad, de la necesidad, de la utilidad del fin propuesto, cooperemos según nuestras fuerzas a su realización.
Salvar la personalidad con el desarrollo integral de todas sus funciones y derechos; la personalidad que se pierde en Europa por la influencia de su pasado, por la fuerza del despotismo que mutila o divide para dominar más fácilmente, y por la división exagerada del trabajo, transportada a las funciones y derechos indivisibles de la personalidad.
Salvar la independencia territorial y la iniciativa del mundo Americano, amenazadas por la invasión, por el ejemplo de la Europa y por la división de los Estados.
Unificar el pensamiento, unificar el corazón, unificar la voluntad de la América.
Idea de libertad universal, fraternidad universal y práctica de la soberanía.
Acrecentamiento de fuerza por la unión, por la unidad de miras, la unidad de llamamiento al emigrante y unidad de educación al porvenir.
Consolidación de la República: o en fin la idea que todo lo resume:
Iniciativa de la América del Sur: en este momento sagrado de la historia, por medio de la iniciación que nosotros emprendemos para que se manifieste la creación moral del nuevo continente.
Tal es el objeto de esta llamada que hacemos a los hijos del Sur. La América debe al mundo una palabra. Esa palabra pronunciada, será la espada de fuego del genio del porvenir que hará retroceder al individualismo Yankee en Panamá; esa palabra serán los brazos de la América abiertos a la tierra y la revelación de una era nueva.
El palenque está abierto, la hora ha sonado. A todos el deber.
Francisco Bilbao
París, 24 de junio de 1856.
París, 24 de junio de 1856.
El Congreso Normal Americano
No creo que la historia nos presente un espectáculo más trascendental, que el que presenta hoy día, el Continente Americano.
Ha habido grandes iniciaciones en el mundo, –revoluciones que han cambiado su faz, cataclismos que parecían sumergir a la humanidad en el caos. La Grecia con su filosofía, su arte y su política, fijó en el firmamento de la historia, el astro más resplandeciente de la inteligencia y el más fecundo de heroísmo. Roma, con su espada, fue el arado terrible que abrió el surco sepulcral de una ciudad universal. Y los bárbaros vencedores del Imperio, aparecieron como imagen de pueblos convertidos en elementos que pasan como la tempestad sobre los monumentos del pasado.
Pero, ni en el Oriente antiguo, ni en Europa y en ninguna época, jamás se ha visto al más vasto continente dominado tan sólo por dos razas, con dos idiomas, con sólo dos religiones y una forma política, abrir un albergue a las ideas, hospitalidad a los nobles náufragos de Europa, –una esperanza, un campo al porvenir, –un derecho de ciudad a la razón, elevada por la soberanía de los pueblos a la altura de legislador del Nuevo Mundo.
No, jamás se ha visto campear a la razón, en un teatro más nuevo, más grandioso y más espléndido. Jamás se ha visto, a sólo dos razas diferentes, herederas, no de las tradiciones de la Europa, sino de las utopías de sus genios, ensayar los gérmenes de vida que contienen, y frente a frente, sin más barreras entre sí que el Océano que saluda y los Andes que se inclinan, levantarse como dos Titanes para disputarse los funerales o el porvenir de la civilización. No se había visto todavía a todo un mundo que marcha dejando atrás sus cementerios en Europa; –y que «deja a los muertos que entierren a sus muertos». –Como si el soplo creador que impulsaba a Colón, continuase soplando sobre la frente del Océano, así vemos a la América, bajel profético, navegar su rumbo sublime en línea recta, a pesar de algunos marineros temblorosos, no tras un paraíso de verdura y abundancia, ni buscando el camino a una cruzada, sino tras los Campos-Elíseos de la humanidad moderna, tras el cielo de la razón, que es la República en la tierra.
La cordillera de los Andes que extendiendo sus brazos a los polos, pretende abarcar la tierra con todas sus latitudes, y presentar perpendicularmente al Viejo-Mundo la barrera más portentosa que las entrañas del planeta levantaran, es la imagen del futuro coloso que mirando a ambos Océanos, elevará más alto que sus volcanes, no sólo el faro del viajero, sino el esplendor de la justicia.
Tal imagen, tal destino; –tal es nuestro deber, Americanos. No es tan sólo la magnitud de la cuna, ni las profecías de Colón, ni las riquezas de la creación derramadas en grande escala, el único impulso digno de agitar las almas de sus hijos; no es la herencia purificada de la historia, es el espectáculo del mundo antiguo revolviéndose en sus errores, es la tradición de la Independencia, es una concepción más grandiosa de la Divinidad y del destino del hombre libertado, el motivo que debe agitarnos para manifestar una creación moral no conocida, digna de tener por pedestal ese continente, –y por esperanza, la pacificación del mundo.
La paz es la unidad de la libertad. –En todo tiempo hemos visto imperar con más o menos fuerza, una idea, un dogma, un principio, y también a un pueblo o a una raza, representantes de esa idea, extender su poderío moral y material sobre las demás naciones. Pero todas esas tentativas falaces de unidad, han llenado la fosa de los siglos con la sangre más pura de la humanidad, tras el ensueño satánico de la monarquía universal.
Es verdad, que siempre ha parecido ser necesario un centro para el movimiento humano, así como un sol para la proyección de los planetas. Así también, una capital parece ser necesaria para la administración de un Estado, como la cabeza para coronar la organización del hombre.
Pero ¿qué es un centro, una capital, una cabeza? Es la manifestación, la representación de la unidad. Hasta hoy se exige la representación material de la unidad, confundiendo la idea con un símbolo. Se dice que la centralización es necesaria bajo pretexto de unidad; que la monarquía es unidad; –que la conquista es el sometimiento de la tierra a la unidad; –en una palabra, se ha identificado esa idea, con el despotismo; –y la vitalidad de los pueblos ha sido devorada por las capitales; –los derechos de la soberanía del hombre han sido usurpados por la monarquía o por las facultades extraordinarias; –la independencia de las razas ha sido violada en obsequio a la codicia, vanidad u orgullo de las naciones fuertes: –y la conciencia, el libre pensamiento, en fin, han sido el objeto constante de ataque espiritual y material de las teocracias: todo esto bajo pretexto de unidad.
Si tal es la unidad, no la queremos. No es ésa la idea que buscamos. Tal era la unidad de la conquista, destronada por nuestros padres en los campos de la Independencia. La unidad que buscamos es la identidad del derecho y la asociación del derecho. No queremos ejecutivosmonarquías, ni centralización despótica, ni conquista, ni pacificación teocrática. Mas la unidad que buscamos, es la asociación de las personalidades libres, hombres y pueblos, para conseguir la fraternidad universal.
Tal es la idea que nosotros podemos llamar el centro del movimiento Americano, la capital de la futura Confederación, el Capitolio de la libertad.
¿Hay hoy alguna nación que represente esa idea? Sé que hay algunas que pretenden representar la iniciación del mundo. Pero obras pedimos y no palabras, prácticas y no libros, instituciones, costumbres, enseñanza, y no promesas desmentidas.
Vemos imperios que pretenden renovar la vieja idea de la dominación del globo. El Imperio Ruso y los Estados-Unidos, potencias ambas colocadas en las extremidades geográficas, así como lo están en las extremidades de la política, aspiran, el uno por extender la servidumbre Rusa con la máscara del Paneslavismo, y el otro la dominación del individualismo Yankee. La Rusia está muy lejos, pero los Estados-Unidos están cerca. La Rusia retira sus garras para esperar en la acechanza; pero los Estados-Unidos las extienden cada día en esa partida de caza que han emprendido contra el Sur. Ya vemos caer fragmentos de América en las mandíbulas sajonas del boa magnetizador, que desenvuelve sus anillos tortuosos. Ayer Tejas, después el Norte de Méjico y el Pacífico saluda a un nuevo amo. Hoy las guerrillas avanzadas despiertan el Istmo, y vemos a Panamá vacilar suspendida, mecer su destino en el abismo y preguntar: ¿seré del Sur, seré del Norte?
He ahí un peligro. El que no lo vea, renuncie al porvenir. ¿Habrá tan poca conciencia de nosotros mismos, tan poca fe de los destinos de la raza Latino-Americana, que esperemos a la voluntad ajena y a un genio diferente para que organice y disponga de nuestra suerte? ¿Hemos nacido tan desheredados de los dotes de la personalidad, que renunciemos a nuestra propia iniciativa, y sólo creamos en la extraña, hostil y aún dominadora iniciación del individualismo? –No lo creo, pero ha llegado el momento de los hechos. Ha llegado el momento histórico de la unidad de la América del Sur; se abre la segunda campaña, que a la Independencia conquistada, agregue la asociación de nuestros pueblos. El peligro de la Independencia y la desaparición de la iniciativa de nuestra raza, es un motivo. El otro motivo que invoco no es menos importante.
Hemos indicado la acefalia del mundo en nuestros días. La historia vegeta, repitiendo viejos ensayos, renovando momias, desenterrando cadáveres. Sólo vemos una ciencia política: el despotismo, el sable, el maquiavelismo, la conquista, el silencio. La ciencia europea nos revela los secretos y las fuerzas de la creación para mejor dominarla; pero ¡fenómeno extraño! en ninguna faz histórica la personalidad ha aparecido más pequeña en medio de tanto esplendor inteligente. Parece que la ciencia cooperase a precipitar en el torrente de la fatalidad a la noble causa de la libertad del hombre. La materia obedece, el tiempo y el espacio se conquistan, los goces y el bienestar se extienden, pero la espontaneidad se olvida, la originalidad desaparece, el espíritu de creación espanta. Parece que el Viejo-Mundo trabajase en cavar una fosa y elevar un mausoleo, a la personalidad para presentarse sobre el desarrollo de los siglos como una especie nueva del reino animal. Las masas, los gobiernos, aparecen hoy día como acordes, y el sufragio universal de la vieja Europa consagra una alianza fementida en la abdicación de la soberanía del pueblo.
Pero la América vive, la América latina, sajona e indígena protesta, y se encarga de representar la causa del hombre, de renovar la fe del corazón, de producir en fin, no repeticiones más o menos teatrales de la edad-media, con la jerarquía servil de la nobleza, sino la acción perpetua del ciudadano, la creación de la justicia viva en los campos de la República.
A cualquier punto del horizonte que vuelva la vista el hijo de América, no verá sino a la América en actitud de desplegar sus alas para salvar el mar rojo de la historia. Recibamos el aliento que nos impulsa. Comprendamos que el momento iniciador del Nuevo-Mundo se presenta. Somos independientes por la razón y la fuerza. De nadie dependemos para ser grandes y felices. A nadie debemos esperar para emprender la marcha, cuando la conciencia, la naturaleza y el deber dicen al mundo Americano: Llegó la hora de tus grandes días. Cuando el mundo abdica, tú no has desesperado de la forma política de la justicia. A pesar de tus caídas, jamás has renegado la responsabilidad de un pueblo libre. Purificas tu suelo de los legados de la conquista. Ya no hay esclavos en las Repúblicas del Sur. Arrancas a pedazos el manto de Loyola. Derribas las barreras que separaban a los pueblos. La palabra circula en tus valles, visita las orillas de los grandes ríos, y brilla en los Andes para contemplar el firmamento poblado por la palabra de Dios. ¡Adelante, mundo de Colón, América de Maipo, Carabobo y de Ayacucho!
Pero para arrancar a la conciencia de un continente sus secretos, al porvenir sus misterios, para crear nuestros destinos, la unión es necesaria; –unidad de ideas por principio y la asociación como medio.
Permitid que insista. Tenemos que desarrollar la independencia, que conservar las fronteras naturales y morales de nuestra patria, tenemos que perpetuar nuestra raza Americana y Latina, que desarrollar la República, desvanecer las pequeñeces nacionales para elevar la gran nación Americana, la Confederación del Sur. Tenemos que preparar el campo con nuestras instituciones y libros a las generaciones futuras. Debemos preparar esa revelación de la libertad que debe producir la nación más homogénea, más nueva, más pura, extendida en las pampas, llanos y sábanas, regadas por el Amazonas, el Plata y sombreadas por los Andes. Y nada de esto se puede conseguir sin la unión, sin la unidad, sin la asociación.
Y todo esto, fronteras, razas, República y nueva creación moral, todo peligra, si dormimos. Los Estados Des-Unidos de la América del Sur, empieza a divisar el humo del campamento de los Estados-Unidos. Ya empezamos a sentir los pasos del coloso que sin temer a nadie, cada año, con su diplomacia, con esa siembra de aventureros que dispersa; con su influencia y su poder crecientes que magnetiza a sus vecinos, con las complicaciones que hace nacer en nuestros pueblos; con tratados precursores, con mediaciones y protectorados; con su industria, su marina, sus empresas; acechando nuestras faltas y fatigas; aprovechándose de la división de las Repúblicas; cada año más impetuoso y más audaz, ese coloso juvenil que cree en su imperio, como Roma también creyó en el suyo, infatuado ya con la serie de sus felicidades, avanza como marea creciente que suspende sus aguas para descargarse en catarata sobre el Sur.
Ya resuena por el mundo ese nombre de los Estados-Unidos, contemporáneo de nosotros y que tan atrás nos ha dejado. Los hijos de Pen y Washington hicieron época, cuando reunidos en Congreso proclamaron la más grande y bella de las constituciones existentes y aún antes de la revolución francesa. Entonces regocijaron a la humanidad adolorida, que desde su lecho de tormento, saludó a la República del Atlántico como una profecía de la regeneración de la Europa. El libre pensamiento, el self government, la franquicia moral y la tierra abierta al emigrante, han sido las causas de su engrandecimiento y de su gloria. Fueron el amparo de los que buscaban el fin de la miseria, de los que huían de la esclavitud feudal y teocrática de Europa; sirvieron de campo a las utopías, a todos los ensayos: de templo en fin a los que aspiran por regiones libres para sus almas libres. Ése fue el momento heroico en sus anales. Todo creció: riqueza, población, poder y libertad. Derribaron las selvas, poblaron los desiertos, recorrieron todos los mares. Despreciando tradiciones y sistemas, y creando un espíritu devorador del tiempo y espacio, han llegado a formar una nación, un genio particular. Volviendo sobre sí mismos y contemplándose tan grandes, han caído en la tentación de los Titanes, creyéndose ser los árbitros de la tierra y aun los contemptores del Olimpo. La personalidad infatuada desciende al individualismo, su exageración al egoísmo; y de aquí, a la injusticia y a la dureza de corazón no hay más que un paso. Pretenden en sí mismos concentrar el universo. El Yankee reemplaza al Americano, el patriotismo romano al de la filosofía, la industria a la caridad, la riqueza a la moral, y su propia nación a la justicia. No abolieron la esclavitud en sus estados, no conservaron las razas heroicas de sus indios, ni se han constituido en campeones de la causa universal, sino del interés Americano, del individualismo sajón. Se precipitan sobre el Sur, y esa nación que debía haber sido nuestra estrella, nuestro modelo, nuestra fuerza, se convierte cada día en una amenaza de la AUTONOMÍA de la América del Sur.
Hé ahí algo de providencial que nos estimula para que entremos al palenque, y no podemos hacerlo sino unidos. ¿Cuáles serán nuestras armas, nuestra táctica? Nosotros que buscamos la unidad, incorporaremos en nuestra educación los elementos vitales que contiene la civilización del Norte. Procuraremos completar lo más posible al ser humano, aceptando todo lo bueno, desarrollando las facultades que forman la belleza o constituyen la fuerza de otros pueblos. Hay manifestaciones diferentes pero no hostiles de la actividad del hombre. Reunirlas, asociarlas, darles unidad, es el deber. La ciencia y la industria, el arte y la política, la filosofía y la naturaleza deben marchar de frente, así como en el pueblo deben vivir inseparables todos los elementos que constituyen la soberanía: el trabajo, la asociación, la obediencia y la soberanía indivisible. Por eso no despreciaremos, sino que nos incorporaremos, todo aquello que resplandece en el genio y en la vida de la América del Norte. No debemos despreciar bajo pretexto de individualismo todo lo que forma la fuerza de esa raza. Cuando los romanos quisieron formar una marina, tomaron por modelo a un buque cartaginés; cambiaron su espada por la española, se apoderaron de la ciencia, filosofía, y arte de los griegos sin abdicar su genio, y abrieron un templo a las divinidades de los pueblos mismos a quienes combatían, como para asimilarse, el genio de las razas y la fuerza de todas las ideas. Del mismo modo nosotros debemos apoderarnos del hacha del Yankee para desmontar la tierra; debemos enfrenar la anarquía con la libertad, único Hércules capaz de domeñar esa hidra; derribar el despotismo con la libertad, único Bruto capaz de extinguir a todos los tiranos. Y todo esto lo posee el Norte porque es libre, porque se gobierna a sí mismo, porque sobre todas las sectas y religiones impera un principio común que las domina, que es la libertad del pensamiento y el gobierno del pueblo. No hay entre ellos religión del Estado porque la religión del Estado es el Estado: la soberanía del pueblo. Tal espíritu, tales elementos debemos asimilarnos, debemos agregar a lo que nos caracteriza. Es así como las ideas, esas divinidades sin conciencia que vagan por las selvas y cordilleras de la América, aparecerán un día en el foro de la República del Sur.
No temamos el movimiento. Respiremos el aura viril que hace flamear el pabellón de las estrellas; sintamos hervir en nuestras venas el germen de todas las empresas; oigamos resonar en nuestras regiones silenciosas el estrépito de las ciudades que se levantan, las emigraciones atraídas por la libertad; y en las plazas y bosques, en las escuelas y congreso se repita con la fuerza de la esperanza: ¡adelante!, ¡adelante!
Que más rápido que el camino de hierro y que el telégrafo eléctrico, el pensamiento de los hijos del Sur, unísono en sus miras, palpite armónicamente en nuestros pueblos para dar un centro, una capital, un corazón a ese mundo sobre quien se ciernen tantas bendiciones.
Es para cooperar a ese fin que os he convocado.
No nos creamos tan desnudos de obras morales, de modo que nuestra pequeñez nos desanime.
Conocemos las glorias y aun la superioridad del Norte, pero también nosotros tenemos algo que colocar en la balanza de la justicia.
Podemos decirle:
Todo os ha favorecido. Sois los hijos de los primeros hombres de la Europa moderna, de aquellos héroes de la Reforma que cargando el antiguo testamento atravesaron las grandes aguas para levantar un altar al Dios de la conciencia. Una raza de caballeros salvajes os recibió con la hospitalidad primitiva. Una naturaleza fecunda y tierras vírgenes sin fin, multiplicaban vuestros esfuerzos. Nacíais y erais bautizado en las florestas primitivas con el entusiasmo de una nueva fe, iluminados con la prensa, con la libertad de la palabra y recompensados con la abundancia. Recibíais una educación viril, que era la idea y la práctica de la soberanía. Lejos de reyes y siendo todos reyes, lejos de las castas raquíticas de Europa, de sus hábitos de servilidad y de sus costumbres de domesticidad, crecíais con el vigor de una nueva creación. Erais libres; quisisteis ser independientes, –y lo fuisteis. Albión retrocedió ante los héroes de Plutarco que os constituyeron en la federación más grande.
No así nosotros.
Fueron los hombres de Felipe II que en la nave del concilio de Trento atravesaron el océano para hacer con la espada el desierto de razas y naciones. Cuadros de explotadores fueron los que delinearon las ciudades. Las llamas de la ortodoxia eclipsaban el resplandor de las cordilleras, y esos hombres cebados en las carnicerías de Granada y en los bosques de los Países Bajos, convertidos en patíbulos de herejes, fueron los legisladores, los institutores de la América del Sur. Cuna de hierro fue nuestra cuna, sangre de naciones fue nuestro bautismo, himno de terror fue el cántico que saludó nuestros primeros pasos. Aislados del universo, sin más luz que la que permitía el cementerio del Escorial, sin más voz humana que la de obediencia ciega, pronunciada por la milicia del Papa, los frailes y la milicia del Rey, los soldados, tal fue nuestra educación. En silencio crecíamos, con espanto nos mirábamos. Extendieron una piedra funeral sobre el continente, y sobre ella pusieron el peso de diez y ocho siglos de servidumbre y decadencia. Y a pesar de eso, hubo palabra, hubo luz en las entrañas del dolor, y rompimos la piedra sepulcral, y hundimos esos siglos en el sepulcro de los siglos que nos habían destinado. Tal fue el arranque, tal fue la revelación o inspiración de la República.
Con tales antecedentes, este resultado merece ser colocado en la balanza con la América del Norte.
En seguida hemos tenido que organizarlo todo. Hemos tenido que consagrar la soberanía del pueblo en las entrañas de la educación teocrática. Hemos tenido que luchar contra el sable infecundo, que infatuado con sus triunfos, creyó encontrar los títulos de legislador en su tajante acero. Hemos tenido que despertar a las masas a riesgo de ser sofocados con la fatalidad de su peso, para iniciarlas en la vida nueva, dándoles la soberanía del sufragio. Hemos hecho desaparecer la esclavitud de todas las Repúblicas del Sur, nosotros los pobres, y vosotros los felices y los ricos no le habéis hecho; hemos incorporado e incorporamos a las razas primitivas, formando en el Perú la casi totalidad de la nación, porque las creemos nuestra sangre y nuestra carne, y vosotros las extermináis jesuíticamente. Vive en nuestras regiones algo de esa antigua humanidad y hospitalidad divinas; en nuestros pechos hay espacio para el amor del género humano. No hemos perdido la tradición de la espiritualidad del destino del hombre. Creemos y amamos todo lo que une; preferimos lo social a lo individual, la belleza a la riqueza, la justicia al poder, el arte al comercio, la poesía a la industria, la filosofía a los textos, el espíritu puro al cálculo, el deber al interés. Somos de aquellos que creemos ver en el arte, en el entusiasmo por lo bello, independientemente de sus resultados, y en la filosofía, los resplandores del bien soberano. No vemos en la tierra, ni en los goces de la tierra el fin definitivo del hombre; y el negro, el indio, el desheredado, el infeliz, el débil, encuentra en nosotros el respeto que se debe al título y a la dignidad del ser humano.
Hé ahí lo que los Republicanos de la América del Sur se atreven a colocar en la balanza, al lado del orgullo, de las riquezas y del poder de la América del Norte.
Pero nuestra inferioridad es latente. Es necesario desarrollarla. La del Norte es presente y se desarrolla. Esto quiere decir que el tiempo golpea nuestras fronteras para llamar las nacionalidades a la acción.
Así como Catón, el censor, terminaba todos sus discursos con una frase destructora, «delenda est Cartago», así, al fin de todos los raciocinios, uno es el pensamiento creador que se presenta: la necesidad de la Unión Americana.
¿Quién ha brillado más en la historia que la Grecia? Poseedora en alto grado de todos los elementos y condiciones que pueden presentar al hombre en la plenitud de sus facultades asociadas en el goce completo de la personalidad, sucumbe por la división y la división apaga la luz que su heroísmo conquistara. Nosotros nacemos y, al nacer, en la cuna nos asaltan las serpientes. Tenemos, como Hércules, que ahogarlas; –y esas serpientes son la anarquía, la división, las pequeñeces nacionales. El campo nos provoca para realizar los doce trabajos simbólicos del héroe. Los monstruos espían en la selva de nuestras preocupaciones, la hora y la prolongación del letargo. Las columnas de Hércules están hoy en Panamá. Y Panamá simboliza la frontera, la ciudadela, y el destino de ambas Américas. Unidos, Panamá será el símbolo de nuestra fuerza, el centinela de nuestro porvenir. Des-Unidos, será el nudo gordiano cortado por el hacha del Yankee y que le dará la posesión del imperio, el dominio del segundo foco de la elipsis, que describen la Rusia y los Estados-Unidos en la geografía del globo.
Además del interés que tenemos en unirnos para desarrollar la República y dar una marcha normal a las naciones, además de la gloria que nos espera si arrebatamos la iniciativa en este momento histórico, exhausto de libertad en el Viejo Mundo, los intereses geográficos, territoriales, la propiedad de nuestras razas, el teatro de nuestro genio, todo eso nos impulsa a la unión, porque todo está amenazado en un porvenir y no remoto por la invasión ayer jesuítica, hoy descarada de los Estados-Unidos.
Walker es la invasión, Walker es la conquista, Walker son los Estados-Unidos. ¿Esperaremos que el equilibrio de fuerza se incline de tal modo al otro lado, que la vanguardia de aventureros y piratas de territorios, llegue a asentarse en Panamá, para pensar en nuestra unión? Panamá es el punto de apoyo que busca el Arquímedes Yankee para levantar a la América del Sur y suspenderle en los abismos para devorarla a pedazos. Ni la antigua Colombia bastaría a contener el desborde sajón, una vez rotos los diques, dueños de la llave de los dos Océanos y de las costas y desembocaduras de los grandes ríos. Después el Perú, sería el amenazado, como ya lo es por su Amazonas. Entonces veríamos de qué peso sería Bolivia, Chile, las Repúblicas del Plata. Entonces veríamos cuál sería nuestro destino en vez del de la gran unión del Continente. La unión es deber, la unidad de miras es prosperidad moral y material, la asociación es una necesidad, aún más diría, nuestra unión, nuestra asociación debe ser hoy el verdadero patriotismo de los Americanos del Sur.
No se crea tal idea un imposible. No hace medio siglo, que los hijos del Plata y del Orinoco, del Guayas y del Magdalena, que los descendientes de Atahualpa y de Caupolicán se abrazaban en los días de muerte y de victoria, por espacio de 12 años y en las cimas de los Andes. Entonces la patria se llamaba Independencia. ¿Por qué hoy, cuando se trata de conservar las condiciones físicas y morales del derecho y del porvenir de esa Independencia, no hemos de volver a sentir esa alma Americana que iluminó nuestro nacimiento con los resplandores de todas las campañas, desastres y victorias de los años terribles? –Sí. –Hoy la patria se llamará CONFEDERACIÓN, para la segunda campaña, para abrir la era de una nueva manifestación de gloria.
Otra consideración más elevada y más profunda tengo también que presentaros.
¿Qué es lo que se pierde en Europa? La personalidad. ¿Por qué causa? Por la división. Se puede decir, sin temor de asentar una paradoja, que el hombre de Europa, se convierte en instrumento, en función, en máquina, o en elemento fragmentario de una máquina. Se ven cerebros y no almas; –se ven inteligencias y no ciudadanos; –se ven brazos y no humanidad; reyes, emperadores, y no pueblos; se ven masas y no soberanía; se ven súbditos y lacayos por un lado, y no soberanos. El principio de la división del trabajo, exagerado, y trasportado de la economía política a la sociabilidad, ha dividido la indivisible personalidad del hombre, ha aumentado el poder y las riquezas materiales, y disminuido el poder y las riquezas de la moralidad; y es así como vemos los destrozos del hombre flotando en la anarquía y fácilmente avasallados por la unión del despotismo y de los déspotas.
Huyamos de semejante peligro. Salvar la personalidad en la armonía de todas sus facultades, funciones y derechos, es otra empresa sublime digna de los que han salvado la República a despecho de la vieja Europa. Todo pues nos habla de unidad, de asociación y de armonía: la filosofía, la libertad, el interés individual, nacional y continental. Basta de aislamiento. Huyamos de la soledad egoísta que facilita el camino a la misantropía, a los pensamientos pequeños, al despotismo que vigila y a la invasión que amenaza.
Uno es nuestro origen y vivimos separados. Uno mismo nuestro bello idioma y no nos hablamos. Tenemos un mismo principio y buscamos aislados el mismo fin. Sentimos el mismo mal y no unimos nuestras fuerzas para conjurarlo. Columbramos idéntica esperanza y nos volvemos las espaldas para alcanzarla, tenemos el mismo deber y no nos asociamos para cumplirlo. La humanidad invoca en sus dolores por la era nueva, profetizada y preparada por sus sabios y sus héroes; –por la juventud del mundo regenerado, por la unidad del dogma y de la política, por la paz de las naciones y la pacificación del alma, ¿y nosotros, que parecíamos consagrados para iniciar la profecía, nosotros olvidamos esos sollozos, ese suspiro colosal del planeta, que invoca por ver a la América revestida de justicia y derramando la abundancia del alma y de sus regiones, sobre todos los hambrientos de justicia?
No, americanos, no hermanos, que vivimos esparcidos en esa cuna grandiosa mecida por los dos Océanos.
La asociación es la ley, es la forma necesaria de la personalidad en sus relaciones. En paz o en guerra, para acrecentar nuestro ser, para perfeccionarnos, la asociación es necesaria. Aislarse es disminuirse. Crecer es asociarse. Nada tenemos que temer de la unión y sí mucho que esperar. ¿Cuáles son las dificultades? Creo que tan sólo el trabajo de propagar la idea. ¿Qué nación o qué gobierno Americano se opondrían? ¿Qué razón podrían alegar? ¿La independencia de las nacionalidades? Al contrario, la confederación lo consolida y desarrolla, porque desde el momento que existiese la representación legal de la América, cuando viésemos esa capital moral, centro, concentración y foco de la luz de todos nuestros pueblos, la idea del bien general, del bien común, apareciendo con autoridad sobre ellos, las reformas se facilitarían, la emulación del bien impulsaría, y la conciencia de la fuerza total, de la gran confederación, fortificaría la personalidad en todos los ámbitos de América. –No veo sino pequeñez en el aislamiento; –no veo sino bien en la asociación. La idea es grande, el momento oportuno, ¿por qué no elevaríamos nuestras almas a esa altura?
Sabemos que la Rusia es la barbarie absolutista, pero los Estados-Unidos olvidando la tradición de Washington y Jefferson son la barbarie demagógica. Hoy se presenta a nuestra vista el más vasto palenque de dos razas, de dos ideas en el campo más vasto del mundo para disputarse la soberanía territorial y el imperio del porvenir. El Norte sajón condensa sus esfuerzos, unifica sus tentativas, harmoniza los elementos heterogéneos de su nacionalidad para alcanzar la posesión de su Olimpo, que es el dominio absoluto de la América. Ha creado su diplomacia, ahoga la responsabilidad de sus actos con las palpitaciones egoístas de una fiebre invasora; y de su prensa, de sus meetings sale la voz profética de una cruzada filibustera que promete a sus aventureros las regiones del sur y la muerte de la iniciativa Sur-Americanas. ¿Y nosotros que tenemos que dar cuenta a la Providencia de las razas indígenas, nosotros que tenemos que presentar el espectáculo de la República identificada con la fuerza y la justicia, nosotros que creemos poseer el alma primitiva y universal de la humanidad, una conciencia para todos los resplandores del ideal, nosotros en fin, llamados a ser la iniciativa del mundo por un lado y por otro la barrera a la demagogia y al absolutismo y la personificación del porvenir más bello, abdicaremos, cruzaremos los brazos, no nos uniremos para conseguirlo? –¿Quién de nosotros, conciudadanos, no columbra los elementos de la más grande de las epopeyas en ese estremecimiento profético que conmueve al Nuevo-Mundo?
Debemos, pues, presentar el espectáculo de nuestra unión Republicana. Todo clama por la unidad. La América pide una autoridad moral que la unifique. La verdad exige que demos la educación de la libertad a nuestros pueblos; un gobierno, un dogma, una palabra, un interés, un vínculo solidario que nos una, una pasión universal que domine a los elementos egoístas, al nacionalismo estrecho y que fortifique los puntos de contacto. Los bárbaros y los pobres esperan ese Mesías; los desiertos, nuestras montañas, nuestros ríos claman por el futuro explotador; y la ciencia, y aún el mundo prestan oído para ver si viene una gran palabra de la América: Y esa palabra será, la asociación de las Repúblicas.
¿Cómo iniciar esta idea?
Es para eso que os he convocado, creyendo de antemano que aceptaréis este proyecto, para que cada uno de vosotros, según sus esfuerzos, coopere a su propaganda, en sus patrias respectivas.
He aquí lo que propongo:
Proponer y pedir la formación de un Congreso Americano.
La primera nación que proclame esa idea, puede ofrecer su hospitalidad a la primera reunión, y oficiar a las demás Repúblicas para que envíen sus representantes.
Cada República enviará igual número de representantes. Puede fijarse el mínimum a cinco.
Reunido el Congreso con autoridad legal para entender en todo lo relativo a lo que sea común, ese Congreso puede determinar la capital Americana. Sus determinaciones no tendrán fuerza de ley sin la aprobación particular de los Estados.
Siendo el Congreso la autoridad moral, la norma de las reformas y del espíritu que debe imperar en la Confederación, debe aceptar como base de sus trabajos, el reconocimiento de la soberanía del pueblo, y la separación absoluta de la Iglesia y del Estado.
Siendo el Congreso el símbolo de la unión y de la iniciación, se ocupará especialmente de los puntos siguientes, que procurará convertir en leyes particulares de cada Estado:
1º La ciudadanía universal. Todo Republicano puede ser considerado como ciudadano en cualquier República que habite.
2º Presentar un proyecto de código internacional.
3º Un pacto de alianza federal y comercial.
4º La abolición de las aduanas inter-Americanas.
5º Idéntico sistema de pesos y medidas.
6º La creación de un tribunal internacional, o constituirse el mismo Congreso en tribunal, de modo que no pueda haber guerra entre nosotros, sin haber antes sometido la cuestión al Congreso y esperado su fallo, a menos en el caso de ataque violento.
7º Un sistema de colonización.
8º Un sistema de educación universal y de civilización para los bárbaros.
9º La formación de libro americano.
10º La delimitación de territorios discutidos.
11º La creación de una Universidad Americana, en donde se reunirá todo lo relativo a la historia del Continente, al conocimiento de sus razas, lenguas americanas, &c.
12º Presentar el plan político de las reformas, en el cual se comprenderán el sistema de contribuciones, la descentralización, y las formas de la libertad que restituyan a la universalidad de los ciudadanos las funciones que usurpan o han usurpado las constituciones oligárquicas de la América del Sur.
13º Que ese Congreso sea declarado el representante de la América en caso de conflicto con las naciones extrañas.
14º El Congreso fijará el lugar de su reunión y el tiempo, organizará su presupuesto, creará un diario americano. Es así como creemos que de iniciador se convierta un día en verdadero legislador de la América del Sur.
15º Una vez fijadas las atribuciones unificadoras del Congreso Americano y ratificadas por la unanimidad de las Repúblicas, el Congreso podrá disponer de las fuerzas de los Estados-Unidos del Sur, sea para la guerra, sea para las grandes empresas que exige el porvenir de la América.
16º Los gastos que exija la Confederación, serán determinados por el Congreso y repartidos en las Repúblicas a prorrata de sus presupuestos.
17º Además de las elecciones federales para representantes del Congreso, puede haber elecciones unitarias de todas las Repúblicas, sea para nombrar un representante de la América, un generalísimo de sus fuerzas, o bien sea para votar las proposiciones universales del Congreso.
18º En toda votación general sobre asuntos de la Confederación, la mayoría será la suma de los votos individuales y no la suma de los votos nacionales. Esta medida unirá más los espíritus.
Epílogo.
Así como Colón se apoderó de todas las tradiciones, leyendas y poesías de la antigüedad que indicaban un mundo perdido u olvidado para fecundizar su inspiración y sus cálculos científicos; respirando, se puede decir, en la atmósfera de la tierra completada por su genio, y abrazando a la geografía, a las razas, a las ideas, con las llamas de un cosmopolitismo religioso, para salvar el misterio del Océano indefinido; así nosotros, poseedores de toda latitud y todo clima, herederos de la tradición purificada, incorporando en nuestra vida las armonías de las razas, y vivificando con la razón y con el alma la solidaridad del género humano en la libertad civil, política y religiosa, tomaremos el vuelo para salvar ese océano de sangre y de tinieblas que se llama historia, fundar la nueva era del mundo y descubrir el paraíso de la pacificación y libertad.
Que más alto que los Andes, el fanal del Nuevo Mundo se levante; –que llegue su luz matinal a los espíritus que gimen en Europa, y que esa luz sea la antorcha de la hospitalidad y de la ciudadanía. Que caigan las barreras del espíritu y del cuerpo, la intolerancia y las aduanas.
Todo pensamiento de la América debe corresponder al desarrollo democrático del deber y del derecho. Que el hombre y los pueblos en nuestras regiones, despierten amamantados por las lecciones de la juventud inmortal de la naturaleza, sin conocer más tradiciones y recuerdos que el ruido que hace el Viejo-Mundo despeñándose en sus antiguos precipicios. Sepamos contemplar a la humanidad doliente, que cual otro Prometeo protesta encadenado en Asia, África y Europa, dormitando bajo el peso de la naturaleza sin la libertad, o bajo la ciencia de la fuerza y del engaño, y que espera quizás la revelación de la justicia por la boca de todo un Continente, para proclamarse emancipada. Que más libre que el Cóndor, despliegue la razón sus alas, y de volcán en volcán, de playa en playa, recorriendo con su organización predestinada a todo clima, sacuda la somnolencia, impulse a los que vigilan y derrame los efluvios de su luz en la conciencia de todo hombre.
Nuestros padres tuvieron un alma y una palabra para crear naciones; tengamos esa alma para formar la nación Americana, la confederación de las Repúblicas del Sur, que puede llegar a ser el acontecimiento del siglo y quizás el hecho precursor inmediato de la era definitiva de la humanidad. Álcese una voz cuyos acentos convoquen a los hombres de los cuatro vientos, para que vengan a revestir la ciudadanía Americana. Que del foro grandioso del Continente unido, salga una voz: ¡adelante! –¡adelante en la tierra poblada, surcada, elaborada: adelante con el corazón ensanchado para servir de albergue a los proscritos y emigrantes: adelante con la inteligencia para arrancar los tesoros del oro inagotable, depositados por Dios en las entrañas de los pueblos libres; adelante con la voluntad para que se vea en fin la religión del heroísmo, vencedora de la fatalidad, vencedora de los hechos y vencedora de las victorias de los malvados!
¿Qué queremos? Libertad y unión. Libertad sin unión es anarquía. Unión sin libertad es despotismo. La libertad y la unión será la Confederación de las Repúblicas.
Somos pequeños si contamos nuestros años, pero grandes si comprendemos lo que se ha hecho; somos pequeños si contamos el número de nuestros habitantes, pero no lo somos si calculamos esa población y su espíritu, tan despojado de tradiciones y de errores, somos pobres en capitales adquiridos y los más ricos si la asociación y el trabajo despertaran; somos pequeños bajo el cielo o ante la faz del Omnipotente, pero sublimes si verdaderos intérpretes del Ser, nos ponemos en camino, cargando el testamento de la perfección del género humano.
Llegando a este grado en la conciencia del destino, nuestra causa llega a ser una religión, Americanos, porque sería la iniciativa de una creación moral, la formación de un vínculo divino, para acrecentar el bien en todos y el mejor de todos los bienes, la libertad y la solidaridad del hombre.
Tal es el fin. Espero que todos nosotros, poseídos de la verdad, de la necesidad, de la utilidad del fin propuesto, cooperemos según nuestras fuerzas a su realización.
0 comments