Baudrillard y la sociedad simulacro

Baudrillard y la sociedad simulacro
Texto Gonçal Mayos Solsona Profesor de Filosofía. Universitat de Barcelona




El filósofo francés Jean Baudrillard sostuvo que el destino y la condición de las sociedades avanzadas actuales es que cualquier hecho tiende a degradarse como tal y a pasar a ser espectáculo u objeto de consumo, al margen de que sea verídico o falso. Informaciones e interpretaciones, emitidas y recibidas en alud, se igualan en calidad de meros simulacros de la realidad.
La sociedad avanzada actual se caracteriza por una doble concentración humana: la concentración física en grandes urbes o enormes zonas metropolitanas y, paralelamente, la conexión telemática en grandes redes comunicativas que potencialmente enlazan todo el planeta en una sola “globalización”. Esta doble intensísima interacción humana en las ciudades modernas y en la “telépolis” o “cosmópolis” global que es Internet es la clave para la condición humana contemporánea y provoca fenómenos significativos.
       Por un lado, ahora se constata como nunca el ideal humanista que el antiguo romano Terencio formuló: “Humano soy, y nada de lo humano me es ajeno”, aunque solo sea porque nada de lo humano (o que afecte a otros humanos) nos es verdaderamente ajeno, es decir, no nos afecta o nos deja indiferentes. Desde las nuevas pandemias que vivimos hasta la actual crisis económica global, se constata el riesgo (como destaca el sociólogo Ulrich Beck) de que cualquier cosa –por lejana que parezca– nos afecte y, además, con una gran velocidad y consecuencias imprevisibles. Guste o no, somos más que nunca “una humanidad”, sin compartimientos estancos; somos una “aldea global” (McLuhan) tanto telemática como físicamente.
       Sin embargo, por otro lado, la enorme concentración humana en pululantes metrópolis y en una única red no siempre ha facilitado la comprensión intrahumana ni, aún menos, la intelección de lo que podemos denominar la “realidad” ni la vinculación empática con una “verdad” que se desprenda de ella. Paradójicamente, la globalización telemática, económica, tecnológica o turística parece alejarnos violentamente del “mundo”, la “realidad” o la “verdad de las cosas”, más que aproximarnos suavemente a ella. Esta es quizás la gran paradoja de la sociedad avanzada centrada en las tecnologías de la comunicación, de la “sociedad del conocimiento”, de la “condición posmoderna”...
       Eso es, en otros términos, lo que fascinaba al filósofo y sociólogo francés Jean Baudrillard –precisamente, ahora se celebran los ochenta años de su nacimiento. Mucho más radical y consecuentemente que la mayor parte de sus coetáneos, Baudrillard destacó la interferencia constante de cualquier traza de “verdad” como la característica clave de las sociedades avanzadas. La acelerada circulación de informaciones y el choque constante de las infinitas interpretaciones (también las manipulaciones conscientes) tienden a igualarlas en forma de “simulacros”. Se desvanece la distinción entre verídico y falso; como en la caverna platónica: solo hay imágenes entre imágenes, opiniones frente a otras opiniones, informaciones diversas, pero no “La Verdad”.
       Es más, Baudrillard insiste en que en las sociedades avanzadas actuales cualquier hecho, “realidad” o “verdad” tiende a degradarse, ya sea a “espectáculo”, ya sea a “consumo”, ya sea –indistinguiblemente– a ambas cosas. Por eso, actualmente, tanto la ciudad como Internet caen bajo el signo del consumo y el espectáculo; incluso la cultura se vive necesariamente como hecho “espectacular” y proceso “consumístico”, con sus modos, sus mitos, sus efímeros panteones, los breves instantes de gloria –Warhol– que tan pronto otorga gratuitamente como olvida catalépticamente.
       Según la teoría del simulacro de Baudrillard, este es el destino y la condición de la actual sociedad simulacro. En ella domina una mera apariencia de verdad que, además, esconde que solamente es una apariencia y, así, desvía la atención de la única “realidad” o “verdad” posible, que es, precisamente, el propio simulacro. Baudrillard dice: “El simulacro no es el que oculta la verdad. Es la verdad la que oculta que no hay verdad. El simulacro es verdadero”. El simulacro –cuando se sabe que lo es– no engaña, es lo que es (en su epifanía, como se dice en religión). El engaño tiene lugar cuando se quiere hacer pasar un simulacro por verdad; más radicalmente: cuando se dice que hay verdad, y no simulacro.
       ¿Como llegó Jean Baudrillard a unas ideas tan radicales y nihilistas? Ciertamente, teorizando sobre el hecho de que las sociedades avanzadas parecen cada vez más abocadas a la experiencia del simulacro, a ser sociedades simulacro. Pero también extrayendo las consecuencias más extremas y nihilistas de la rica, subversiva y muy radical generación filosófica a la que perteneció. Todos nacieron hace unos ochenta años en los frívolos pero también umbríos años veinte y principios de los treinta, marcados por el crac de 1929 y en los que se “empollaba el huevo de la serpiente” del nazismo y del gulag estaliniano, que ya apuntaban trágicamente en la Guerra Civil Española.
       Era una época bastante similar a la actual: la “camuflada” pero ya relativamente antigua y muy importante crisis social irrumpe espectacularmente en las conciencias a través del profundo crac económico y de acontecimientos planetarios como el atentado de las Torres Gemelas; a partir de aquí, un pánico generalizado parece dispuesto a sacrificarlo todo a cambio de “seguridad”, “recuperación económica”... o un simulacro creíble de ellas.

Maestros de pensamiento de la juventud radical
Estas vivencias marcaron profundamente (a pesar de las muy diversas actitudes) la generación de Jean Baudrillard (1929-2007). Entre los que le son más próximos, mencionaremos a los geniales analistas de la condición contemporánea (un poco más viejos): Jean-François Lyotard (1924-1998), Gilles Deleuze (1925-1995), Michel Foucault (1926-1984) y el norteamericano Andy Warhol (1928-1987), y los un poco más jóvenes: Jacques Derrida (1930-2004), Pierre Bourdieu (1930-2002) y Guy Debond (1931-1994).
       Significativamente, todos ellos han muerto hace relativamente poco y sin embargo, además, siguen siendo unos de los analistas más citados sobre la crítica a la sociedad avanzada, la cultura de masas, la condición contemporánea..., y siguen siendo “maestros de pensamiento” de la juventud radical. Aparentemente y a dos años de su muerte, Jean Baudrillard parece más olvidado, a pesar de que, después de un tiempo bastante largo y oscuro, encarnaba la crítica más radical, iconoclasta y nihilista.
       Recordemos que Baudrillard había escogido el papel –tan difícil como agradecido y transitado en el mundo cultural francés– de pasar a ser radical “crítico de los críticos”. Baudrillard tomó nota de los análisis de su generación, ya muy radicales, para sacar de ellos conclusiones aún más radicales. Insistía en levantar una “sospecha” sobre las muchas sospechas de su generación (y que la época ciertamente favorecía) y a partir de estas. Este intento no era nada fácil; si ya costaba mucho asumir las críticas de pensadores como Lyotard, Warhol, Debond o Foucault, las radicalizaciones hiperbólicas de Baudrillard parecían delirantes.
       Además, Baudrillard provenía de una familia humilde, se movía en los márgenes del mundo intelectual francés y tenía una formación aparentemente más ecléctica que sólida. Mezclaba estudios literarios, semióticos, estructuralistas, marxistas, de teoría de la comunicación, incluso de patafísica y el teatro del absurdo (Alfred Jerry) o el teatro de la crueldad de Antonin Artaud. Poco a poco, sin embargo, Baudrillard logró encarnar el modelo del outsider que se hace un lugar central en el debate intelectual a base de atrevimiento y polémica.
       Se consagró a base de jugar a “aventajar” a los grandes nombres de su generación, denunciándolos como compañeros de viaje que se han quedado a medio camino o como críticos inconsecuentes que acaban temblando y claudicando ante la lógica de los propios pensamientos. Como unalter ego de Nietzsche, aunque más mundano y menos solitario, Baudrillard sigue una crítica generalizada muy similar, nihilista y radical. Sobre todo, adapta la crítica nietzscheana a la sociedad de consumo y de los mass media, que considera una “sociedad simulacro” (tanto porque es donde “adviene el simulacro” como porque ella misma no es más que un inmenso simulacro). Baudrillard afronta un radical “intercambio simbólico” que quiere subvertir el sistema mediante la sistemática “radicalización de todas las hipótesis” e imponiendo a todos los “modelos” o “simulacros” “una reversibilidad minuciosa” (El intercambio simbólico y la muerte, 1976).
       Enfrentado tanto a los “conservadores” como a los “progresistas”, Jean Baudrillard pasó a ser sociólogo en Nanterre en contra del omnipresente y entonces dominador Bourdieu. Participa en la Internacional Situacionista de Mayo del 68 junto a Debond, pero evoluciona mucho más allá y desarrolla una obra más completa. A pesar de estar muy próximo a él, desafía al marxismo al proclamar que la nueva base del orden social es el consumo y no la producción (La sociedad del consumo, 1970, y Para una crítica de la economía política del signo, 1972).
       En un gesto espectacular que, además, intuye el agotamiento del estructuralismo francés (en el que se le enmarca), identifica y ataca con agudeza al pensador más radical, sistemático y potente del momento: Michel Foucault. Baudrillard se da a conocer masivamente con el libro Olvidar a Foucault (1977). Una vez más, intenta superar al crítico (Foucault), denunciando que este ha falseado o cortado abruptamente su crítica, y lo ha hecho por el viejo ídolo de la “voluntad de verdad”. Baudrillard denuncia a Foucault porque este todavía cree –dice– en “la Verdad” como absoluto, identificándola con las relaciones de poder y con el poder configurador del poder (valga el juego de palabras).
       Significativamente, Foucault no lo niega, sino que menosprecia a Baudrillard, acusándole de polemizar sin ningún otro fin que el de buscar la fama, en un juego completamente frívolo. En cierto sentido, Foucault tiene razón; pero Baudrillard considera demostrada su tesis y su superación crítica del crítico más radical que también se ha postrado ante el ídolo “Verdad” (reconstruido de acuerdo a su peculiar ideología). En todo caso, el mundo publicístico consagra el gesto de Baudrillard de desafiar al gran monstruo intelectual francés del momento, que (como Derrida) incluso ya era reconocido en el mundo anglosajón.
       Ahora Baudrillard parece bastante libre y seguro para generalizar su análisis a los aspectos más variados y peculiares de la cultura contemporánea y de las sociedades avanzadas; es decir: la actual sociedad simulacro. Entonces, como un nuevo Tocqueville, se enfrenta al gran reto de analizar a la potencia líder (Estados Unidos) y a la gran metrópoli (Nueva York), que culminan las contradicciones y fascinaciones de la sociedad actual. En América (1986), Baudrillard teoriza con agudeza sobre el mundo que Andy Warhol (solo un año mayor) supo vivir y plasmar tanto genial como intuitivamente.
       Baudrillard encuentra en el mundo norteamericano la manifestación más descarnada de la amenaza que se oculta tras las metrópolis actuales, la metrópoli física y la “cosmópolis” telemática: rehuir el simulacro para caer en la “hiperrealidad”. Así pues, afirma que una misma fascinación o dialéctica fatal marca la búsqueda afanosa de la perfección corporal y la eterna juventud, de la moda cool y la personal identidad way, incluso del “conocimiento” y la “información”..., sin que importe en absoluto si solo se logra un simulacro que no se reconoce como a tal, una ficción o, aún peor, algo degradado a mero consumo y “espectáculo”.
       En una deriva hacia análisis cada vez más populares y publicísticos, Baudrillard insiste en que las sociedades avanzadas son el mundo del simulacro por el simulacro. Solo este es interesante y digno de ser teorizado, y el método correcto es reconocerlo así. En la cima de la popularidad de Baudrillard, incluso se considera de manera generalizada que la famosa película Matrix (1999) está marcada por su pensamiento. Ciertamente, Baudrillard lo niega: su sociedad del simulacro no es identificable con el engaño universal a que condena la humanidad la máquina “real y verdadera”Matrix, y la liberación que se plantea resulta francamente ridícula.

De la realidad al simulacro
Ya perseguido por una interpretación banal de su teoría del simulacro, en 1991 Baudrillard había publicado una de sus intervenciones más polémicas sobre la actualidad: el libro La guerra de Iraq no ha tenido lugar. Desarrollando un famoso aforismo de Canetti, profundiza en la inevitable transformación a mero simulacro de todo lo que es mostrado o revelado a través de los medios de comunicación y las nuevas tecnologías de la información. Glosa la famosa “transmisión en directo” de los bombardeos de Bagdad por la CNN, que, ciertamente, acababa degradada a una especie de juego de ordenador malo (además, en las antiguas pantallas verdes fosforescentes). Se pretendía mostrar el acontecimiento histórico en directo tejiendo unas borrosas trayectorias luminosas en el cielo, algún lejano fuego de hipotéticos impactos de misiles..., pero sin ningún sentido ni “acontecimiento humano” propiamente dichos. La muerte y los muertos, la sangre y el sufrimiento humanos, estaban totalmente elididos; la vida y, sobre todo, la muerte habían sido reducidas a un videojuego, escamoteadas.
       Fuertemente criticado por este libro, que pocos leyeron o fueron más allá de sus primeras páginas, Baudrillard no disminuyó su intensidad en los análisis publicísticos de impacto masivo. En parte por su culpa, en parte por el personaje en que se había convertido y –en gran parte– porque los tiempos estaban cambiando drásticamente, las críticas a sus planteamientos se acentuaban. El momento político era angustiante, nuevas formas de nihilismo radical emergían en el horizonte y mucha gente estaba cansada de las derivas posmodernas. Todo eso iba en contra de Baudrillard, que jugaba –como es natural en él– a radicalizarlo todo pese a su teoría del simulacro que parecía –y en algún sentido lo era– la quintaesencia del posmodernismo, el nihilismo, el relativismo y el cinismo contemporáneos.
       Significativamente, cuando analizó el atentado del 11 de septiembre (en el que también se sustrajeron los cadáveres y el sufrimiento, y no se permitió la circulación de las fotos, etc.), Baudrillard tuvo que reconocer la realidad y maldad del terrorismo internacional. En un giro que sorprendió a muchos de sus seguidores, considera aquel atentado un “acontecimiento absoluto” (Réquiem por las Torres Gemelas, 2002, y El espíritu del terrorismo, 2002). Baudrillard parece admitir que por lo menos el mal en estado puro –si bien solo por unos instantes– rompe la “sociedad simulacro” y toda estrategia fatal con una presencia tan rotunda como Auschwitz. Jean Baudrillard recupera por unos instantes a Theodor W. Adorno o Primo Levi.
       A pesar de ello, Baudrillard no olvida que las sociedades avanzadas se convierten en “sociedades simulacro”, fatalmente capturadas por unas dinámicas que no pueden evitar porque las constituyen (Las estrategias fatales, 1983). Fascinadas por la infinita potencia de la seducción (De la seducción, 1979) que permite “dominar el universo simbólico” de mil maneras, las sociedades avanzadas no pueden escapar a ella “fatalmente” y su verdad o realidad radica tan solo en esta ilusión que las atraviesa y pasa a ser –eso sí– su gran fuerza productiva (Simulacros y simulaciones, 1981, y La ilusión del fin, 1992).

El conocimiento, en el centro de la producción y del consumo
La actual sociedad del conocimiento tiene en éste –recuerda Baudrillard– el gran sector productivo, pero también de consumo; el centro de toda oferta y toda demanda. Hoy sabemos –apenas dos años después de su muerte– que a la gran máquina central de fabricación de sueños y ficciones (la verdadera Matrix) ejemplificada por Hollywood, que la televisión ha convertido en objeto de consumo universal en cualquier momento del día, le nacen infinitas nuevas fuentes de simulacros: prácticamente cualquier ciudadano lo puede intentar vía You Tube o Twitter.
       También muy próximo a Baudrillard se manifiesta el joven artista danés Olafur Eliasson: “Estamos siendo testigos de un cambio en la relación tradicional entre realidad y representación. Ya no evolucionamos del modelo a la realidad, sino del modelo al modelo, al tiempo que reconocemos que, en realidad, ambos modelos son reales. En consecuencia, podemos trabajar de un modo muy productivo con la realidad experimentada como conglomerado de modelos. Más que considerar el modelo y la realidad como modalidades polarizadas, ahora funcionan al mismo nivel. Los modelos [los simulacros] han pasado a ser coproductores de la realidad”.
       Una vez fallecido Baudrillard, el impacto de su teoría del simulacro no parece haber muerto con él. Como decía Nietzsche del nihilismo: el más siniestro de todos los huéspedes ha venido para quedarse. Aparentemente, eso no parecía preocupar a Baudrillard, ya que, como decía: si uno es fatalmente seducido por “producirse como ilusión”, ¿qué le importa “morir como realidad”? También hemos apuntado que aparentemente algunos “acontecimientos absolutos” parecían haber roto esta despreocupación e –incluso– abrir la posibilidad de despertar del sueño fatal, de la tan seductora como fatal “estrategia” civilizadora y omnipresente en nuestra sociedad actual que teorizó Baudrillard: la sociedad simulacro.
       Ahora bien, si es posible que haya despertar..., ¿por cuánto tiempo? ¿Hasta qué punto? ¿Se puede evitar recaer –además– bajo otras falacias equivalentes o –incluso– aún peores?

Primavera (abril - junio 2010)

Share:

0 comments