La “memoria” patrimonial como obstáculo epistemológico de la operación histórica - Pablo Aravena Núñez





La “memoria” patrimonial como obstáculo epistemológico de la operación histórica*

Pablo Aravena Núñez
Universidad de Viña del Mar / Universidad de Valparaíso
Becario CONICYT. Doctorado en Estudios Latinoamericanos. U.Ch.
paranunez@yahoo.es


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  El objetivo de la presente intervención es problematizar la relación de la historiografía con la gestión patrimonial, lo que para efectos del Chile actual equivale a decir la relación de los historiadores con una de las actividades más desarrolladas de la industria cultural en los países subdesarrollados. Y es que la construcción de patrimonio hoy cada vez tiene menos que ver con la afirmación de la Nación (como lo había sido desde la Revolución Francesa hasta aproximadamente los años sesenta), para dar paso a una producción de patrimonio local que se relaciona directamente con un mercado mundial del turismo y la cultura, todo ello mediado por la institucionalidad ad-hoc: la UNESCO y las empresas por las que externaliza sus funciones, equiparables a las funciones encargadas a los ministerios de cultura o educación de cada país. (1) 

  En este sentido, nuestra reflexión se dirige a un tipo particular de producción historiográfica, la que se identifica usualmente con el rótulo de Historia Local. Lo que sea esta, su estatuto dentro de la propia disciplina es una nebulosa, indefinición que nos hace verla plegarse a proyectos de fines diametralmente opuestos. La fórmula de la Historia Local hasta el día de hoy es rechazada como una verdadera antinomia por los historiadores más clásicos, tolerable sólo bajo la forma de una monografía destinada a componer el rompecabezas de una historia global (Hobsbawm, Fontana, Aróstegui). Aunque más problemático aún es su rechazo por parte de los mismos promotores de la “reducción de escala” –los cultores de la microhistoria– como una actividad absolutamente trivial (Ginzburg, Levi). (2) 

  Por otra parte, no podemos olvidarnos que en el Chile de los ochenta la Historia Local fue invocada desde distintas ONGs como una fórmula para revitalizar el lazo social en vistas de la constitución de sujetos. Una apuesta por el “efecto positivo de la historia sobre la autoestima social” (3), deudora de los postulados de la historia popular de Raphael Samuel. Propios de esta apuesta son los discursos de las “identidades locales” o “barriales” que fueron a entroncar, en el Chile de mediado de los noventa, y hasta hoy, con la apuesta por la identidad, ya no para la acción, sino para la “resiliencia” una vez que la mayor parte de las ONGs mudaron su sentido (como también sus fuentes de financiamiento). 

  Si alguna vez la Historia Local llegó a tener algún grado de reconocimiento disciplinario fue a partir de estas experiencias ligadas a una resistencia cultural, de las que se desprendía alguna potencialidad política… como las de antes, por ejemplo cuando Martí, en su memorable Nuestra América (1891), rechazaba una historia universal como historia de Europa: “la historia de América –sostenía– , de los incas a acá ha de enseñarse al dedillo, aunque no se enseñen los arcontes de Grecia”. Esto en el proyecto de que “conocer el país, y gobernarlo conforme al conocimiento, es el único modo de librarlo de las tiranías”. Con anterioridad, o desligada de esta intencionalidad decolonial, era una actividad más bien ligada a anticuarios, coleccionistas, folcloristas, autoctonistas y a discursos provincianos de alguna pretensión reivindicativa, cuando no deudores del puro chauvinismo. Mi hipótesis –bastante modesta por lo demás– es que es precisamente este uso “pre-historiográfico” el que se ha revitalizado como coadyuvante de la gestión patrimonial, pero con una modificación importante. Hoy esta Historia Local está dentro –o al alero– de muchos departamentos de historia (sobre todo en regiones). A nuestro juicio por dos motivos fundamentales: el descalabro teórico posmoderno –que ha ido a parar en una fragmentación herderiana de la historia– (4) y la búsqueda de financiamiento de nuestros departamentos de historia. De este modo ahora la Historia Local no es un “arte menor”, sino que está en condiciones de entregar a la industria patrimonial lo que requiere: una legitimación por vía de un prestigio institucional externo. El patrimonio es una industria donde se mueven sumas a las que los “científicos del pasado” no pueden resistirse. Como lo ha sostenido Enzo Traverso: “Los centros de investigación y las sociedades de Historia Local se incorporan a los dispositivos de ese turismo de la memoria, de donde obtienen a veces los medios de subsistencia. […] Con frecuencia el historiador es convocado a participar en este proceso en calidad de ‘profesional’ y ‘experto’, quien según las palabras de Oliver Dumoulin, hace de su conocimiento una mercancía, como el resto de bienes de consumo que inundan nuestras sociedades”. (5) La producción de patrimonio se legitima y se ayuda con el trabajo “técnico” de historiadores, arqueólogos, arquitectos, etc. 

  Pero pese a la sofisticación de las técnicas, la Historia Local no ha cambiado su signo antiguo. Si hemos estimado necesario incluir el concepto de obstáculo epistemológico es porque esta reanimación de la Historia Local se presenta como el avance de un “arcaísmo historiográfico”. Es decir, por una parte retrotrae la historiografía a preconceptos y nociones que la aproximan al irracionalismo (peligro latente de esencialismo en la apuesta por “la identidad” y “lo propio”), y por otra, en su dimensión más pública, termina prestando insumos para la construcción de una memoria colectiva en clave patrimonial que, según los rendimientos mostrados (y pienso tanto en Valparaíso como en las apuestas escolares por la historia local), (6) sólo puede ser pensada como un fenómeno de hegemonía cultural. Habría que tener presente el recelo que últimamente profesaba Reinhart Koselleck para seguir este planteamiento: 

“Lo de la ‘identidad colectiva’ vino de las famosas siete pes alemanas: los profesores, los sacerdotes [priest], los políticos, los poetas, la prensa..., en fin, personas que se supone son los guardianes de la memoria colectiva, que la pagan, que la producen, que la usan, muchas veces con el objetivo de infundir seguridad o confianza en la gente... Para mi todo eso no es más que ideología. Y en mi caso concreto, no es fácil que me convenza ninguna experiencia que no sea la mía propia. Yo contesto: ‘Si no les importa, me quedo con mi posición personal, individual y liberal, en la que confío’. Así pues, la memoria colectiva es siempre una ideología”. (7) 

  La gestión patrimonial funciona en base a una “puesta en valor” de ciertos objetos, acontecimientos, épocas y personajes del pasado, los que mediante la prestación de servicios de los profesionales de la memoria y un despliegue massmediatico, terminan instalando una memoria del lugar. Se trata de una selección, pero también de una trama pre-fabricada, de la que “participamos” pasivamente, es decir, desarrollando y profundizando sus componentes. En este proceso el uso de la Historia Local preexistente y la promoción de una nueva, es decir, con más brillo, con técnicas más eficaces de exhumación y cultores de la joven generación, resulta fundamental. En distintos lugares se ha impuesto una “memoria patrimonial” de la que los individuos son corrientemente entusiastas promotores. Cada “emprendedor” del patrimonio puede participar de la memoria de la ciudad “capacitándose” como guía de rutas patrimoniales, o bien armando una historia barrial no demasiado política, mas bien que acentúe “lo bello” de las costumbres antiguas, el “cómo era aquí antes”. Como ha sostenido García Canclini acerca de la industria del patrimonio. “Quienes absolutizan la actividad mercantil suelen desentenderse de los sentidos acumulados en esa historia de los usos. Seleccionan un ritual o una época, y desprecian otros, según puedan convertirse en espectáculo vendible”. (8) De este modo, si el patrimonio puede ser entendido como memoria, es como “memoria del mercado”, fórmula a todas vistas imposible. 

  Habría que recordar que no todas las formas de acceder al pasado son históricas y que la operación histórica (concepto que he recogido de Michel de Certeau) (9) no se define en lo fundamental por los métodos de que se vale, sino por la operación intelectual específica que realiza: su efecto desnaturalizador y por fuerza crítico de lo existente. Allá los guías turísticos, los anticuarios, los coleccionistas y nostálgicos. Acá la historiografía y desde luego la memoria social, cuando se aproxima al pasado con la urgencia del “por qué” de un presente cada vez más injusto y ajeno. 

“El pasado es, ante todo, el medio de representar una diferencia. […] la figura del pasado, conserva su valor primero de representar lo que falta. Con un material que por ser objetivo, está necesariamente ahí, pero es connotativo de un pasado en la medida en que, ante todo, remite a una ausencia, esa figura introduce también la grieta de un futuro. Un grupo, ya se sabe, no puede expresar lo que tiene ante sí –lo que aún falta– más que por una redistribución de su pasado”. (10)

  Cita esta que bien podría encontrar su correspondencia en el Benjamin de el Libro de los pasajes, cuando en uno de sus innumerables fragmentos anota: 

“La exposición materialista de la historia lleva al pasado a colocar al presente en una situación crítica”. (11) 

  Como hemos señalado más arriba, más lapidario e interesante ha sido el rechazo de la Historia Local por parte de la Microhistoria. Carlo Ginzburg y últimamente Giovanni Levi han sido tajantes en dejar en claro que lo propio de la Microhistoria no es sólo la famosa reducción de escala, sino que tal disposición se justifica en el cómo se sigue planteando un problema en historia una vez que se ha abandonado la ontología implícita a la historiografía hasta los años ’60. No hay Microhistoria sin un gesto autorreflexivo. Ginzburg –en una afirmación de signo autobiográfico– ha definido la nueva apuesta en deuda con Kracauer (uno de los intelectuales de la órbita de la Escuela de Fráncfort): “la realidad es fundamentalmente discontinua y heterogénea. Por lo tanto ninguna conclusión obtenida a propósito de determinado ámbito puede ser transferida automáticamente a un ámbito más general”. (12) Pero la disposición no elimina la dimensión problemática del trabajo historiográfico, sino que la redefine para no abandonar la apuesta cognoscitiva. La Microhistoria no renuncia a los problemas generales, sino que los trata vistos a propósito de un particular. Sin problema no hay historiografía. Por aquí pasa precisamente el deslinde que Levi realiza –con vehemencia– a propósito de una reciente conversación con Eduardo Cavieres: 


“La historia local reaccionó a la microhistoria, afirmándose en el dicho de que había historiadores que decían: yo siempre he hecho microhistoria, porque siempre he trabajado sobre pequeñas regiones. Pero la historia local, que tiene su utilidad, no es un problema historiográfico. Lo digo porque estoy convencido que lo importante de la historia es no tenerla por automática o valorarla por sus aparentes relevancias. Y la historia local tiene un apego automático a la relevancia: me ocupo de Valparaíso porque los valparisenses (porteños) están interesados en Valparaíso. Y yo también nací aquí. Y nada más. Esto es verdaderamente historia local, en el sentido que para ser algo más, falta un problema fundamental que tienen los historiadores, demostrar que se ocupan de algo interesante” 
“[La Microhistoria] es historia de grandes problemas vistos a través de un particular, un lugar, una situación, un documento, un cuadro. A través de este se sale para llegar a problemas generales […] En este sentido, la historia local es muchas veces incapaz de hacerlo o llegar a estos niveles de análisis, cae siempre en prejuicios”.
“El problema de la microhistoria, en general, es mostrar cuantas cosas importantes llegan cuando aparentemente no ocurre nada importante. El problema de la historia local es el pensar, por el contrario, en cuantas cosas importantes se han olvidado en el análisis de lo local. En realidad, si tu lees la historia local, siempre dices: ¡no, esta localidad es muy importante porque por allí pasó Napoleón, pasó San Martín, mataron a los Carrera, etc.!”. (13)
  Así expuesto la Historia Local, en su actual variante patrimonial, es desmantelada en su propio reducto. La “reducción de escala” –entendida como localismo– deja de ser su coartada. También la apuesta por la narrativa que, de incapacidad analítica, en la Historia Local, en la Microhistoria asume la tarea de representar mejor una cierta “racionalidad” histórica. En palabras de Linda Shopes, se trata de un combate en contra de la vanalización del pasado. Pues los historiadores (al menos cuando no están ocupados de dialogar entre ellos mismos, enfrascados en la pura erudición o tratando de sobrevivir, o lucrar, haciendo turismo y patrimonio) “pueden sacar el pasado del dominio de lo trivial y lo nostálgico y comenzar a generar la conciencia de la historia como el relato de la acción humana, las elecciones humanas, de la gente que trata de resolver sus relaciones sociales cambiantes –y muchas veces desiguales– en medio de sus circunstancias cambiantes y también, muchas veces, desiguales. Con esta comprensión del pasado podemos ser más capaces de enfrentarnos, inteligente y humanamente, con valor y con humildad, a los problemas muy reales que nos confrontan en el presente”. (14) 

Resuelto en el plano de los argumentos, la permanencia de la Historia Local en su nueva variante ya no es un problema historiográfico sino político. 



Notas: 

1 Nestor García Canclini ha señalado: “Existe una noción que pareció anticiparse a la globalización: la de ‘patrimonio de la humanidad’ consagrada por la UNESCO para proteger ciertos bienes y lugares”. Lectores, espectadores e internautas, Barcelona, Gedisa, 2007, p. 100. Al respecto ver también: Jean-Pierre Warnier, La mundialización de la cultura, Barcelona, Gedisa, 2002. 

2 Me refiero puntualmente a lo establecido por Carlo Ginzburg en “Microhistoria: dos o tres cosas que sé de ella”, en: El hilo y las huellas. Lo verdadero, lo falso, lo ficticio, México, FCE, 2010, pp. 351-394. Así también por Giovanni Levi en: “Diálogo en torno a la Historia y a los historiadores”, en: Eduardo Cavieres (et. al.), La historia en controversia. Reflexiones, análisis, propuestas, Valparaíso, Bennington College / Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, 2009, pp. 23-53. Este último texto establece una clara división entre historia local y microhistoria, que no tuvimos a la vista a la hora de enfrentar el problema de la reducción de escala en la historiografía contemporánea, en mi libro Memorialismo, historiografía y política. El consumo del pasado en una época sin historia, Concepción, Ediciones Escaparate, 2009. 

3 Sobre esto ver los planteamientos de Mario Garcés, “La utilidad de la historia para los movimientos sociales”, en: Web del Centro de Estudios Miguel Enríquez CEME, www.archivochile.com “Reconocerse con historia (...) representa un salto cualitativo en la conciencia y en la afirmación de una determinada identidad social de un grupo o individuo, ya que al traer el pasado al presente las personas o grupos se pueden reconocer en sus acciones, en sus capacidades, en sus saberes, en una palabra, en su propia condición de sujetos (...) la historia del barrio o la población genera sentimientos de unidad o de un ‘nosotros’, vecinos y habitantes de un mismo barrio”. “Valoramos el esfuerzo de hacer historia local, no solo porque refuerza la autoestima, sino por la integralidad del trabajo que puede articular a distintos actores dentro de una totalidad, a clubes de ancianos, jóvenes, niños, a los profesores, juntas de vecinos...” 

4 Al respecto ver Antonio Gómez Ramos, Reivindicación del centauro. Actualidad de la filosofía de la historia, Madrid, Akal, 2003, pp. 11-13. Sobre la explosión de la Historia y la pérdida de su centro ver Vattimo, Gianni, La sociedad transparente, Barcelona, Paidós, 1992. 

5 Traverso, Enzo, El pasado instrucciones de uso. Historia, memoria, política, Op. Cit., p. 14. 

6 Sobre este último ámbito he sostenido en otro lugar: “Localismo es la práctica que nace “con el concepto piagetiano de pensamiento concreto, que impone la absoluta prioridad de la aproximación a la realidad inmediata como método didáctico”, es decir, “la secuencia de lo cercano a lo lejano para organizar los contenidos de la enseñanza”. Esto ha significado en nuestro medio la introducción de experiencias inducidas de historia local, barrial o familiar. Conviene andar con cuidado en este punto, ya que, como es sabido, tales apuestas en nuestro país fueron introducidas –al menos en el campo de la investigación social e historiográfica– en el contexto del trabajo de ONGs que trataban de desplegar estrategias de resistencia a la dictadura de Pinochet. Tales prácticas, se podría suponer, son por definición progresistas. Pero su rendimiento en la experiencia escolar parece ser otro hoy. 

Dando por sentado el riesgo de presentismo (en el sentido original de Martinez-Shaw) que conlleva el trabajo exclusivo con la oralidad en que se sustentan preferentemente estas experiencias, podemos sumar el de la confianza irrestricta en la memoria que, junto con aportar información importante, es también la fuente de lugares comunes y terreno preferente de lo que en un sentido amplio podemos denominar ideología. La tan humana escala familiar y barrial es ante todo hoy –por ejemplo, a causa del determinante influjo de los medios– un campo privilegiado para la reproducción y reforzamiento de preconcepciones. Lo mejor que puede hacer con esos relatos el docente es poner esas experiencias en contraste en el aula, para inducir un extrañamiento productivo en los alumnos. Posibilidad condicionada a la disposición de una heterogeneidad social y cultural suficientemente amplia al interior del grupo curso. (El dato es que nuestras escuelas se van transformando más en ghettos que en espacios pluriclasistas o pluriculturales) 

La historia local –incluso en sus versiones académicas– suele tener como inicio y fin puramente lo local. Se queda en el relato micro, cuando no en lo meramente anecdótico, conllevando efectos alienantes y contrarios a un conocimiento histórico fiable o útil socialmente. Valga la cita de Hobsbawm en este punto: “El principal peligro es la tentación de aislar la historia de una parte de la humanidad –la del propio historiador, por haber nacido en ella o haberla elegido– del contexto más amplio”. El peligro al que alude Hobsbawm tiene que ver con la renuncia al conocimiento, pues no se puede tener una cabal comprensión de lo local si no es en conexión con procesos mayores del que lo local es parte, manifestación o excepción. En síntesis: no reestablecer el nexo entre lo particular y lo universal significa quedarse preso en la pura perplejidad. La recuperación del pasado así planteado se queda en el gesto estetizante sin generar conocimiento, no añade complejidad a los cuadros del pasado, ni sirve a la hora de trazar mapas fiables para la acción. Así la historia local se encontraría más cerca de la “industria de la memoria” que de la historiografía. Más lejos nos llevaría la consideración del patrimonio local, toda vez que termina en la confección de un inventario de casas de gente importante o de objetos antiguos descontextualizados de sus usos originales”. Aravena, Pablo, “¿Enseñamos historia? Reflexiones sobre la práctica pedagógica”, en: Revista Enfoques Educacionales, Nº 11, FACSO, Universidad de Chile, 2010. 

7 Koselleck, Reinhart, “Me desagrada cualquier memoria colectiva”, en: Revista Ñ, Nº 130, Buenos Aires, El Clarín, 2006. 

8 García Canclini, Nestor: “El turismo y las desigualdades”, en: Ñ. Revista de Cultura, Nº 120, Buenos Aires, El Clarín, 2006. 

9 De Certeau, Michel, “La operación histórica”, en: Jacques Le Goff y Pierre Nora (Comps.), Hacer la historia, Barcelona, Editorial Laia, 1985. 

10 De Certeau, Michel, “La operación histórica”, Op. Cit., p. 53. 

11 Benjamin, Walter, Libro de los pasajes, Madrid, Akal, 2005, p. 473. 

12 Ginzburg, Carlo, “Microhistoria: dos o tres cosas que sé de ella”, p. 380. 

13 Levi, Giovanni, “Diálogo en torno a la Historia y a los historiadores”, en: Eduardo Cavieres (et. al.), La historia en controversia. Reflexiones, análisis, propuestas, Valparaíso, Bennington College / Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, 2009, pp. 33-35. Al respecto ver la más reciente declaración del autor en que profundiza sobre la relación de la Microhistoria con la Historia Global: “… la historia es siempre local y no tiene interés de por sí. Es interesante si usas los preceptos de la microhistoria, es decir, formularse preguntas generales y dar respuestas locales. Para esto es necesario tener en cuenta que nunca es interesante lo que nosotros estudiamos por sí mismo. No hay un libro que tenga un tema de interés general. Por tal razón, nuestra responsabilidad es construir la relevancia de los temas que tratamos; debemos demostrar que al estudiar un pequeño trozo del mundo, podemos contribuir a debates y preguntas de relevancia general. Freud, por ejemplo, estudiaba personas melancólicas, con problemas y poco interesantes, pero planteaba preguntas de relevancia general. En tal sentido, yo tengo bastantes dudas en relación con la historia global, pues en general nosotros siempre trabajamos sobre casos pequeños, pero debemos saber cómo aportan a debates más amplios. La microhistoria te permite trabajar con un microscopio sobre un objeto y descubrir cosas que a simple vista no se ven, mientras que la historia global sólo permite ver lo general”. Santiago Muñoz Arbeláez y María Cristina Pérez, “Perspectivas historiográficas: entrevista con el profesor Giovanni Levi”, en: Revista Historia Crítica, Nº 40, Universidad de Los Andes, Colombia, 2010, pp. 197-205. 

14 Shopes, Linda, “Más allá de la trivialidad y la nostalgia: contribuciones a la construcción de una historia local”, en: Jorge Aceves Lozano (Comp.), Historia Oral, México, Instituto Mora/UAM, 1993, p. 251.

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