¿Qué es un Mall?
El debate en torno al proyecto Mall Barón de Valparaíso se ha librado sobre dos tópicos: las posibilidades económicas, de recuperación del borde costero y su rechazo por implicar la destrucción del patrimonio.
Aquí me gustaría introducir una tercera posición que – lo admito- desconfía tanto de la acción de los grupos económicos, como también del patrimonialismo ciudadano y su conservacionismo indiscriminado del pasado. Esta tercera posición se funda en la respuesta a la pregunta: ¿por qué un mall para Valparaíso?
Un mall no es solo un centro comercial, como tampoco el neoliberalismo es sólo un modelo económico. Es mucho más: es una cultura, una visión de mundo que instala sus valores incluso en zonas seguras de nuestra subjetividad. En el neoliberalismo, y en su dispositivo fundamental, el mall, se combinan las coacciones materiales y los deseos de poseer aquello que nos esclaviza (el asunto es complejo, habría que ir a los libros de Sennett, Bauman, Han y al Moulian de los 90). El mall es un potente dispositivo de consumo-endeudamiento y de anulación del tiempo libre para consumir y “desear”. Si esto es un mall, su instalación no obedece solo a los intereses económicos de un grupo, sino a unos intereses políticos que lo desbordan.
Pese a las apariencias, la iniciativa de un mall no marca una ruptura con el proyecto patrimonialista de la ciudad, es su continuidad, pues se trataba también de un complejo dispositivo de disciplinamiento social en donde mercado y gobierno se articulaban: el sello patrimonial subió la plusvalía (fue el momento inmobiliario-hotelero), y la instalación de una “memoria patrimonial” promovía un relato unitario que generaba cohesión social. Las promesas de recursos vía turismo indujeron a tomar todo pasado valioso en tanto deviniera objeto de consumo. Fracasada la vía patrimonial, arremeten los malls, proyectos ambos deseados por el grueso de los habitantes del puerto (el análisis “progre” debiera hacerse cargo de este dato).
El “patrimonialismo desde abajo” de organizaciones que ejercen una crítica intuitiva a la violencia de la modernización neoliberal de Valparaíso es comprensible a falta de otro modo de hacer política, pero la defensa de todo pasado como discurso crítico es bastante trivial, cuando no la mejor ruta para encontrarnos con quienes se supone queremos ser: nacionalistas, conservadores o turistas.
Pablo Aravena Núñez
Instituto de Historia y C. Sociales
Universidad de Valparaíso.
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