Estudios Contemporáneos

Espacio de estudio y difusión de Humanidades y Ciencias Sociales. Fundada en Septiembre de 2009, Viña del Mar, Chile.

Tenía 100 años. Había dedicado su vida a estudiar las estructuras comunes que subyacen a los mitos de diferentes culturas. Fue más que un antropólogo: descifró el solfeo del espíritu, o se acercó a ello, a fuerza de rigor y de creatividad conceptual. Fue perseguido durante el nazismo pero nunca cejó en su búsqueda.

Por: Roger-Pol Droit

ocos sabios se aventuraron tan lejos como Claude Lévi-Strauss en la exploración de los mecanismos de la cultura. Por vías diferentes y convergentes, se esforzó por comprender la gran máquina simbólica que agrupa todos los planos de la vida humana, desde la familia hasta las creencias religiosas, de las obras de arte a los modales en la mesa. La paradoja de las grandes obras, las que son verdaderamente decisivas e innovadoras, es que se pueden caracterizar en pocas palabras.
Podría decirse, por lo tanto, que descifró el solfeo del espíritu. Por lo menos se aproximó a ello, y mucho, a fuerza de rigor y de creatividad conceptual. Hablar de un solfeo del espíritu no es sólo la prolongación de esa metáfora musical siempre presente en la obra del antropólogo. Ahora bien, hay que entender esa fórmula de manera literal. Aun en el caso de que cantáramos, y a diario, los meandros de la vida en sociedad; aun si conociéramos de memoria las melodías o los matrimonios; no sabríamos qué es lo que organizó esos sistemas. La conciencia no nos revela nada de forma espontánea acerca de los procesos que están en funcionamiento en el vasto ámbito de la simbología social. Es por eso que ignorábamos sus reglas de funcionamiento, las leyes de sus combinaciones. Nos faltaba el solfeo.
Más allá de la diversidad de las melodías, eso explica las reglas que las engendran: acuerdo, cambio, transformaciones. Definió las formas (canon, fuga, sonata...) No es errado decir que la actividad de Claude Lévi-Strauss apuntaba a un objetivo análogo. Lo que lo atraía era ante todo descubrir las organizaciones ocultas, las leyes subyacentes en el tornasol de las apariencias sociales. Había quienes pensaban en la geología al contemplar un paisaje o reflexionaban sobre las clasificaciones botánicas al encontrarse ante macizos de flores.
Es por eso que, más allá de la desconcertante profusión de las reglas de parentesco, de los tótems o de los mitos, más allá del aparente caos de los intercambios económicos y las creaciones artísticas, se concentró en descubrir, más que una división única y aislada, algunas de las estructuras que los crearon, independientemente de la voluntad y la conciencia de los actores.
Esa tarea, en el fondo siempre similar, tuvo varias épocas y una sucesión de puntos de aplicación. Se concentró primero en el parentesco, del cual Claude Lévi-Strauss abandonó en su tesis la cara visible para analizar "las estructuras elementales". Su obra se concentró luego en el tótem, cuyo enigma aclaró eliminando el terreno de las aparentes analogías para captar mejor los juegos globales. También se centró extensamente en la mitología y con cuatro volúmenes monumentales –de 1964 a 1971– examinó sus transformaciones y su funcionamiento en sí, independiente de las decisiones individuales, de las lenguas, de los pueblos y hasta de los lugares y los tiempos.
Esa preocupación por las estructuras, las combinatorias, los códigos de transformación, aproxima a Claude Lévi-Strauss a los científicos, sobre todo a los matemáticos. También lo acerca a los filósofos, que, de Platón a Kant, reconocieron el lugar central de los procesos formales.
Los mitos "se piensan entre ellos": en eso reside el núcleo de la obra y lo que ésta tiene, a su manera, de vertiginosa. Por eso, en el análisis de esos miles de mitos que "se piensan entre ellos", se responden sin conocerse, se combinan sin que nadie lo haya decidido, se vislumbran los procesos mentales universales.
Ese enfoque de un solfeo del espíritu humano prolonga o acompaña el esquematismo de Kant, la lingüística estructural de Roman Jakobson o, en el psicoanálisis, la teoría lacaniana del significante. El resultado es tanto más impresionante porque ese análisis convoca a pueblos y culturas sin contactos conocidos entre ellos. El historiador –como Georges Dumézil, también imbuido de una perspectiva estructural– sólo compara los mitos surgidos de pueblos cuyos vínculos están documentados. Al superar ese límite, al comparar, por ejemplo, los mitos amerindios con los de Japón, Lévi-Strauss abrió perspectivas teóricas que exceden los límites de la etnología e interesan a la antropología general y al estudio del espíritu de los hombres.
Sin duda esa es una marca persistente, a través de desvíos y exilios, de su profundo compromiso con el rigor de los filósofos. Muy joven, este hijo de artista (su padre era pintor) dirigió su atención hacia los conceptos. En 1927 opta por la filosofía y empieza a enseñarla en 1932. Sin embargo, se aburre con rapidez y cede al deseo de "vivir una experiencia en sociedades indígenas". En 1935 viaja a San Pablo, Brasil, donde enseña durante tres años y realiza varias misiones de estudio entre los bororo y luego entre los nambikawara en compañía de Dina Dreyfus, su primera mujer, con la que se había casado en 1932. Se separaron a su regreso a Francia en 1939. El antropólogo se casó luego dos veces más, en 1945 y en 1954.
Separado de la docencia como consecuencia de las leyes antijudías de Vichy, viaja a Nueva York, donde frecuenta a los surrealistas y se vincula con Jakobson, cuyo aporte fue determinante para la producción de su obra. El período de posguerra fue inestable para este investigador cuyas obras maestras empezaban a publicarse y no contaban aún con el reconocimiento de las instituciones académicas. Agregado cultural en Nueva York y luego enviado de la Unesco en India y Paquistán, en 1950 se incorporó a la École Pratique des Hautes Études con el apoyo de Dumézil.
En 1955, Tristes trópicos lo hace conocido entre el gran público. Es un diario de viaje de escritura límpida y sensible, una meditación sobre el saber y la época de tono muy libre. El libro fue un éxito literario que pronto se convirtió en un éxito de ventas y más tarde en un libro de referencia. Muchas de sus páginas integraron después antologías utilizadas en las aulas. En el texto vemos a un viajero ya preocupado por los desastres del planeta, atormentado por la destrucción de la diversidad humana, pionero de la ecología. Se advierte también su inclinación por el budismo y sus reservas en relación con el islam. Estas últimas son tan fuertes, que algunas páginas de Tristes trópicos a las que en su época no se les prestó atención, seguramente le valdrían a su autor virulentas protestas si fueran publicadas en la actualidad.
Luego de la publicación de Antropología estructural (1958) y de su elección para el Collège de France (1959), Lévi-Strauss desarrolló una actividad excepcional como organizador y autor que le valió un creciente reconocimiento internacional. Después de El pensamiento salvaje (1962) y de los cuatro tomos de Mitológicas, se hizo evidente que su obra era una de las más importantes del siglo. Es por eso que resulta difícil hablar del hombre, de la sociedad o de los intercambios sin tener en cuenta su aporte.
Los honores se sucedieron. En 1973 se eligió a Claude Lévi-Strauss como miembro de la Academia Francesa. Acompañó a François Mitterrand a Brasil en 1985; sus colecciones de objetos se expusieron en el Museo del Hombre en 1989 y sus fotografías de Brasil se publicaron en 1994.
En 2005, la Unesco festejaba el sexagésimo aniversario de su creación y le confió a su antiguo colaborador el discurso de apertura, discurso que, a pesar de que el orador se aproximaba al siglo de vida, seguirá siendo un modelo de pertinencia y lucidez. En el mismo, al referirse a Rousseau –uno de sus maestros, junto con Montaigne–, destaca las amenazas que nuestra expansión desenfrenada significan para la naturaleza y la humanidad. En definitiva, Claude Lévi-Strauss no separaba la defensa de la diversidad cultural y de la diversidad natural.
En una época vertiginosa, confusa, sumida en la abulia y el simplismo, Lévi-Strauss pasaba con frecuencia por distante. Todos los que tuvieron la oportunidad de conocerlo saben en qué medida ese espíritu universal, profundamente interesado en la dignidad de todos los pueblos, era accesible, amistoso, leal y cálido, sobre todo si se le mantenía la mirada, por muy acerada que ésta fuera.
 
(C) Le Monde y clarin
traduccion de joaquin ibarburu


http://www.revistaenie.clarin.com/notas/2009/11/07/_-02035455.htm


Claude Lévi-Strauss was the most famous anthropologist of his generation, and one of the leading intellectuals in post-war France. His writings inspired a major intellectual movement, and at least two of his books have already become classics of French literature. He was largely responsible for the development of social anthropology in France.

Lévi-Strauss's ancestors, the Strauss and the Lévi families, belonged to the long-established Jewish community in Strasbourg. Isaac Strauss, his great-grandfather, a violinist, moved to Paris and became director of the court dance orchestra at the end of Louis-Philippe's reign. Lévi-Strauss's father was a portrait painter, never very successful.

His mother, who was his father's second cousin, was the daughter of Rabbi Lévi of Strasbourg. She took refuge in the rabbi's house with her children during the First World War, and so Lévi-Strauss was exposed as a young child to Jewish traditions. After the War the family returned to Paris, and a secular way of life. At the Lycée Janson-de-Sailly in Paris he became a socialist, and while studying law and philosophy at the Sorbonne he served as general secretary of the federation of socialist students and worked part-time as secretary to a socialist deputy. After graduation he taught philosophy in a lycée for two years, and then, in 1935, he joined the French university mission that helped to found the University of Sao Paulo in Brazil.

Lévi-Strauss was eager to go to Brazil because he had begun to take an interest in anthropology, which was not yet a university subject in France. At the end of the first academic year he and wife travelled to the Mato Grosso to visit the Caduveo and Bororo tribes. This was an intensely exciting, formative experience. "I felt I was reliving the adventures of the first 16th-century explorers," he recalled. "I was discovering the New World for myself."

He then made a longer expedition, to the Nambikwara, also Amazonian Indians. Quite how much time he spent in the field is uncertain, but he and his party were constantly on the move, and his primary duty was the collection of ethnographic objects for the Musée de l'Homme in Paris. This was not fieldwork in the modern mode. His memoir, Tristes Tropiques (1955), represents the ethnographer's trade in the bleakest terms, but Lévi-Strauss claimed that he had learned at least what fieldwork was about, and that this gave him the confidence to make critical use of the published ethnographic literature.

Lévi-Strauss returned to France shortly before the outbreak of the Second World War. After a brief period of military service he was demobilised in Vichy. Rescued by the Rockefeller Foundation project to save intellectuals from the Nazis, he was given a post at the École Libre des Hautes Etudes de New York. He mixed largely with fellow exiles, regularly foraging for African and North American Indian art in the city's antique shops with André Breton, Max Ernst and Marcel Duchamp. The Russian linguist and polymath Roman Jakobson became an intimate friend. He was to be the most important intellectual influence on Lévi-Strauss's mature work.

Although he had some contact with American anthropologists, Lévi-Strauss very largely taught himself anthropology, pursuing his researches in the New York Public Library. "What I know of anthropology I learned during those years," he later remarked. After the War he served for three years as French cultural attaché in New York, while continuing work on a monumental study of marriage systems, The Elementary Structures of Kinship, which was eventually published in 1949.

Returning to Paris in 1949, Lévi-Strauss took his doctorat d'état and found employment in the Musée de l'Homme and the École des Hautes Etudes at the Sorbonne. There were no university chairs in social anthropology, but in 1959 his friend Merleau-Ponty led a successful campaign to have him appointed to the Collège de France. Here he built up the Laboratory of Social Anthropology, which became a leading European centre of research in the field, and launched the journal L'Homme. It was during his years at the Collège that he published his most influential books, La Pensée Sauvage, which appeared in 1962, and the four successive volumes of his monumental study of native American myths, the Mythologiques, which was completed in 1971. These became the defining texts of "structuralism". In 1973 he was elected to the Académie Française.

Luiz de Castro Faria, a Brazilian ethnographer who accompanied Lévi-Strauss on his major Amazonian expedition – although he was to be written out of Tristes Tropiques – concluded that he was a French philosopher rather than a true ethnographer. Lévi-Strauss thought of himself as a scientist, but his sympathies were always with the arts, and his theoretical inspiration came from philosophy. He had gone to Brazil in 1935 intending to put philosophy to an empirical test. Two issues engaged him in particular. The first was the intuition of Rousseau, his favourite philosopher, that the principles of social justice go back to the very origins of society. Among the Nambikwara Indians of the Mato Grosso he identified the basic political conditions idealised by Rousseau: equality, and leadership by assent. All relationships were rooted in reciprocity. The people imagined themselves to be in a similarly egalitarian and reciprocal relationship with the natural world. Gift exchange was a basic social mechanism, and reciprocity was something of a universal ethical principle, certainly in pre-industrial societies. In The Elementary Structures of Kinship he argued that kinship systems had evolved as a mechanism for the exchange of women in marriage. The incest taboo, the first rule, obliged people to enter into this most fundamental of exchanges, and so to establish societies.

The second philosophical question that brought Lévi-Strauss into anthropology had been raised by Kant's philosophy. If people have an intuitive knowledge of categories of time and space, as Kant believed, then these must be universal. But are our categories shared by remote and exotic people like the Nambikwara? Jakobson helped him towards an answer. A leading figure in theoretical linguistics, Jakobson claimed that he had split the atom of linguistics, the phoneme. The phoneme had been viewed as the smallest significant component of language, but according to Jakobson it was itself a bundle of features made up of pairs of contrasting elements (voiced versus voiceless consonants, for example). These binary oppositions were universally available, although in any particular language only some were put to use. And they were essential to communication. Sounds are meaningful only in contrasting pairs. So too are concepts. And binary oppositions tend to accumulate to form structures; a good example is the observation of the linguist Paul Newman that in many languages the sun and the moon are assigned to opposite genders.

Lévi-Strauss concluded that linguistics had achieved the stature of a true science, universal and objective, penetrating beneath the surface of appearances to the basic mechanics of nature. Anthropology should follow its lead. The sorts of things that anthropologists studied – ideas about the world, systems of classification, myths, kinship systems and rules of marriage – were collective, symbolic productions very much like languages. His ambition was to show that underlying the most exotic beliefs there was a common, rule-governed, human way of making up ideas: the universal mechanism of binary oppositions, rooted in the human brain, generates categories of thought. The elaborate play of structures based on binary oppositions is the subject of La Pensée Sauvage.

In the Mythologiques, Lévi-Strauss treated the native mythologies of the Americas as a single body of tradition. Recurrent symbolic oppositions were identified over this vast area. Some are universal, like nature and culture. Others are very widespread, like the opposition between the raw (which is food in its natural state) and the cooked (food culturally transformed). And he showed that myths manipulate the simple, concrete oppositions of natural thought to address the eternal cosmological questions – life and death, the foundation of the social order, the relationship between society and nature.

Structuralism became fashionable in the 1960s, but Levi-Strauss was embarrassed by the association of flamboyant figures like Barthes, Lacan and Foucault with what he regarded as an austere, scientific method. In Tristes Tropiques he expressed a deep distaste for the values of contemporary civilisation, and for the solipsism of modern philosophy.

After the traumas of 1968 he moved decisively to the right, inclined to praise ritual and tradition. In 1980 he voted against the election of Marguerite Yourcenar as the first woman member of the Académie on the grounds that an institution which had excluded women for three centuries should not precipitately alter its ways. He was a conservative ecologist, respectful of the spiritual valuation of nature that he attributed to the Amazonian Indians, and an advocate of the indigenous peoples movements. In the last years of his life he was closely associated with Jacques Chirac's grand projet, the Musée de Quai Branly, which exhibits some of his Amazonian collections, and whose main lecture theatre is named for him.

Adam Kuper

Claude Lévi-Strauss, anthropologist: born Brussels 28 November 1908; married 1932 Dina Dreyfus, 1946 Rose-Marie Ullmo (one son), 1954 Monique Roman (one son); Grand Croix de la Légion d'Honneur, 1991; Commandeur, Ordre National du Mérite, 1971; Member of French Academy, from 1973; Professor, Collège de France, 1959–82, Hon. Professor, from 1983; died Paris 1 November 2009.


http://www.independent.co.uk/news/obituaries/claude-levistrauss-intellectual-considered-the-father-of-modern-anthropology-whose-work-inspired-structuralism-1814156.html


En un brillante discurso ahora rescatado e inédito en castellano, el creador de la revolucionaria teoría del estructuralismo antropológico reivindicó la labor manual como uno de los medios que le han permitido a la humanidad entender el conjunto de la naturaleza. Los resultados de esa "forma de conocimiento", sostiene el casi centenario antropólogo, deberían transmitirse como un legado insustituible. Además, en este número de Ñ, dos de sus colegas explican el peso específico de las teorías del "último de los grandes clásicos".
En Italia existe al parecer una expresión: "Tener más deudas que la liebre". ¿Por qué la liebre? Quizá porque, como dice nuestro La Fontaine, es un animal preocupado. Pues bien, aunque me siento cargado de deudas y por ende "liebre" hacia ustedes, tengan la certeza (...) de que ninguna preocupación me abruma, sino sólo una sensación de confusión y de gratitud por el honor que hoy me hacen.

Vaya también mi gratitud a los fundadores del Premio Internacional Nonino, puesto que nada me gratifica tanto como un premio relacionado en el pensamiento de sus creadores con otros –los premios Risit d'Aur– concebidos para honrar a agricultores e investigadores dedicados a defender e ilustrar las tradiciones campesinas.

¿Me permiten una confidencia? A lo largo de mi vida, he recibido una buena cantidad de honores, que me fueron conferidos no tanto por mis modestos méritos como por la extrema longitud de una carrera activa, que duró medio siglo (...) Ninguno me enorgulleció tanto como la medalla (...) al "Mejor Obrero de Francia". Me gusta, por cierto, el trabajo manual, y sólo por haberlo practicado con frecuencia he podido, en uno de mis libros, elaborar la teoría de lo que en francés llamamos "bricolage".

En realidad, me alegraría que un intelectual, una vez jubilado, se viera obligado por ley a ponerse a prueba en otra actividad; en ese caso, habría elegido sin vacilar un oficio manual.

¿Por qué digo esto? Desde el advenimiento de la civilización industrial, el trabajo pasó a ser una operación en un sentido único, donde el hombre –sólo él, siendo activo – modela una materia inerte, y le impone soberanamente las formas que le convienen.

Las sociedades estudiadas por los etnólogos tienen del trabajo una idea muy distinta. Lo asocian a menudo al ritual, al acto religioso, como si en ambos casos el fin fuera entablar con la naturaleza un diálogo en virtud del cual naturaleza y hombre pueden colaborar: concediendo ésta al otro lo que espera, a cambio de los signos de respeto, o de piedad incluso, con los cuales el hombre se obliga ante una realidad vinculada al orden sobrenatural.

El campo y la ciudad

Subsiste aún hoy una complicidad entre esa visión de las cosas y la sensibilidad del campesino y el artesano tradicionales. Estos, efectivamente, por seguir manteniendo un contacto directo con la naturaleza y con la materia, saben que no tienen derecho a violentarlas, sino que deben tratar pacientemente de comprenderlas, de atenderlas con cautela, diría casi de seducirlas, a través de la demostración permanentemente renovada de una familiaridad ancestral hecha de cogniciones, de recetas y de habilidades manuales transmitidas de generación en generación.

Por eso el trabajo manual, menos alejado de lo que parece del pensador y del científico, constituye asimismo un aspecto del inmenso esfuerzo desplegado por la humanidad para entender el mundo: probablemente el aspecto más antiguo y perdurable, el cual, más próximo a las cosas, es también el más apto para hacernos captar concretamente la riqueza de éstas, y para nutrir el asombro que experimentamos ante el espectáculo de su diversidad.

En la actualidad, nos dedicamos a organizar bancos de genes para preservar lo poco que sobrevive de las especies vegetales originales creadas a lo largo de los siglos por modos de producción totalmente distintos de los practicados ahora. Esperamos también eludir los peligros de la llamada "revolución verde", vale decir, una agricultura reducida a pocas especies vegetales de gran rendimiento, pero tributarias de sustancias químicas y cada vez más vulnerables a los agentes patógenos.

¿No deberíamos ir más lejos, quizá, y, no contentos con conservar los resultados de esos modos de producción arcaicos, esforzarnos además por tutelar los conocimientos insustituibles gracias a los cuales esos resultados fueron adquiridos? Quién sabe, efectivamente, si las amenazas que pesan actualmente sobre la civilización occidental no los volverán, algún día, providenciales para los que vendrán después de nosotros.

La filosofía en el origen

Tal es, me parece, la filosofía que inspiró a los fundadores de los premios a cuyo grupo pertenece el que recibo hoy. Y si este año se lo dieron a un etnólogo, me parece que la razón es que esta disciplina se propone también preservar la memoria de los géneros de vida y de nociones que, en los países exóticos y en los nuestros, se mantuvieron mejor entre grupos humanos pequeños que permanecieron en contacto directo con la naturaleza. Ya lo decía Jean-Jacques Rousseau en Emilio o de la educación: "A las provincias más alejadas, donde el movimiento y el comercio son menores, donde los extranjeros transitan menos, y menos se desplazan los nativos, precisamente allí es necesario ir para estudiar el genio y las costumbres de una nación. (...) Estudiar un pueblo fuera de sus ciudades, porque no es en las ciudades donde se los conocerá. (...) al país lo constituye el campo".

Pues bien, los investigadores italianos figuran entre los primeros que pusieron en práctica esta doctrina. Hacia mediados del siglo XVIII, uno de ellos, Giuseppe Baretti, indagaba acerca de los usos y costumbres populares. Curiosidad que el racionalismo romántico desarrollaría en el transcurso del siglo XIX y que, en el último cuarto, da lugar a la creación de esa fuente documental prodigiosa que es (...) el Archivo para el estudio de las tradiciones populares y la Revista de las tradiciones populares italianas, que compilan los trabajos de una pléyade de estudiosos entre los cuales me limitaré a citar el nombre justificadamente célebre de Giuseppe Pitrè.

Con frecuencia me he preguntado por qué Italia es uno de los primeros países de los cuales me llegaron señales de atención. En ningún otro se manifestó tanta solicitud para traducirme. Entre la publicación francesa y la italiana de algunos de mis libros, aun voluminosos, transcurrieron tres años, o dos, o incluso apenas uno. Paolo Caruso, que entre otros tradujo con talento Antropología estructural y pensamiento salvaje, recordará sin duda nuestras viejas conversaciones: fueron, creo, mis primeras conversaciones con un escritor extranjero publicadas por la prensa. Y recordará también que con la RAI, hace más de veinte años, trabajamos en el primer programa televisivo, en las galerías del Musée de l'Homme y en los jardines zoológicos parisinos, donde él me hacía contar ciertos mitos sudamericanos frente a las jaulas de los animales que son sus protagonistas. (...)

Es probable que esos testimonios de interés se expliquen en razón de dos tradiciones intelectuales en las que su país destaca particularmente. En primer lugar, como recordaba recientemente, por una curiosidad apasionada por las usanzas y las costumbres populares consideradas desde la perspectiva más concreta; y luego, otra muy diferente, florecida hacia fines del siglo XIX, por las investigaciones de orden formal, que dieron origen a la escuela italiana de lógica matemática.

Tal vez sea una ilusión, pero me gusta imaginar que han podido reconocer en mis trabajos una tentativa, por cierto rústica y torpe, de tender un puente entre los dos ámbitos. Pues partiendo de las creencias y las representaciones de los pueblos que viven en estrecha colaboración con la naturaleza y que piensan en términos de colores, ruidos, olores, texturas y sabores, he intentado extender los confines de nuestra lógica para asir mejor ciertos mecanismos hereditarios que preceden la actividad intelectual. Giuseppe Peano, genial fundador de la escuela matemática italiana, se había enamorado de la lingüística y de la historia de las ideas: tradición que se remonta a Vico, en cuya estela algunas veces me han colocado.

En la tradición de Vico

Sería el último en pensar que a partir de los resultados que creí alcanzar he conseguido algo definitivo. Las disciplinas sociales y humanas no entran dentro de las llamadas "duras", donde las hipótesis pueden ser refutables. No hemos llegado aún a ese estadio, y dudo que se pueda llegar algún día. En efecto, detrás de la cultura material, las costumbres, las creencias y las instituciones, intentamos comprender qué ocurre en la conciencia de los hombres y más allá de ésta. Ninguno de nosotros podrá afirmar nunca que el nivel en el cual eligió colocarse es el último; y tampoco que, por debajo de ese nivel, se puede alcanzar otro, y así sucesivamente en forma indefinida. (...) Simplemente he aspirado a dar cuenta de fenómenos múltiples y complicadísimos de una manera más económica, y más satisfactoria para el intelecto que todo lo hecho anteriormente. Pero con la certeza de que este estadio es provisorio y que otros, mejores, lo sucederán.

Me basta saber que el trabajo de toda una vida no ha sido completamente inútil y que puede servir de trampolín desde el cual otros tomarán impulso para catapultarse más adelante. Para un hombre que ha llegado al ocaso de su carrera, es reconfortante, incluso exultante, recibir muestras de que su enseñanza y sus escritos ofrecen todavía un tema de reflexión. (...)


Este texto, hasta ahora inédito, fue leido por Claude Levi-Strauss en la ceremonia de entrega del prestigioso Premio Internacional Nonino, el 1° de febrero de 1986, en Percoto, provincia de Udine, italia.

(c) La Repubblica y Clarín
Traducción de Cristina Sardoy.

http://www.revistaenie.clarin.com/notas/2008/05/24/01678675.html
Estudioso de las prácticas políticas de diversas sociedades, Marc Abélès repasa las diversas críticas al estructuralismo y reivindica la concepción del tiempo de Lévi-Strauss.

Por: Marc Abeles Una de las críticas que en su momento se hicieron a Claude Lévi-Strauss fue que miraba con nostalgia cierto tipo de sociedades: las sociedades que producen mitos, que tienen estructuras de parentesco sofisticadas pero totalmente ajenas al cambio, muy conservadoras y cerradas en sí mismas. En un momento se llegó a identificar la antropología con el estudio de ese tipo de sociedades. A menudo se utilizó este pensamiento para decir que la antropología debía dedicarse al estudio de sociedades primitivas, arcaicas, sin historia.

Creo que es una mala interpretación del mucho más complejo pensamiento de Lévi-Strauss. Hoy trabajamos en la antropología de lo contemporáneo, sobre fenómenos muy actuales (yo trabajo sobre cuestiones políticas, otros sobre cómo funcionan las empresas, etc.). Las sociedades del porvenir constituyen la actualidad de la antropología y esto no es contradictorio con lo que intentó hacer Lévi-Strauss, quien siempre se interesó por la estructura en el porvenir.

En el plano conceptual no es casual que dedique buena parte de su libro El pensamiento salvaje a una discusión con Jean-Paul Sastre y con la idea de razón dialéctica. Sartre objetaba que el pensamiento estructuralista fijaba el devenir en la estructura y terminaba por hacer de las estructuras coacciones a la libertad humana. Sastre acusaba a Lévi-Strauss de reducir lo social a un sistema de coacciones y le reprochaba el negar la omnipresencia de la Historia. Hoy, lo sorprendente no es que Lévi-Strauss defendiera este concepto de estructura, sino que cuestionara la concepción de la historia de Sartre. Sobre las llamadas sociedades primitivas, dice que obviamente están dentro de la historia pero en una posición diferente respecto de ella pues se representan de otra forma, tienen otra relación con el tiempo.

La relación con el tiempo es muy importante. Cuando Lévi-Strauss habla de las sociedades "frías" opone su concepción del tiempo como algo mecánico y reversible a la nuestra, que es mecánica y estática. Nuestra concepción del tiempo se ubica en el horizonte del progreso, mientras que las sociedades que él estudia no. Eso lo lleva a pensar que esas sociedades conservaron una sabiduría particular que las incita a resistir cualquier modificación de su estructura resistiendo la idea de progreso. Por eso se le reprochó cierta nostalgia. Puede parecer una posición conservadora, idealista, pero sus efectos críticos son más importantes. Pues la crítica que se ocupa de nuestra concepción contemporánea de la historia no sólo revela otras concepciones del tiempo, sino que a la vez sostiene que la concepción del tiempo de los historiadores merecería un análisis etnográfico.

El impacto del pensamiento crítico de Lévi-Strauss debe ser pensado en el marco de las grandes mutaciones de los años 60 en Francia, con la presencia central del marxismo. Ese impacto crítico se daba, por un lado, por el contraste entre la praxis y la estructura, y por otro lado por los antropólogos que procuraban conciliar antropología e historia. En su Sociología actual del Africa negra, George Balandier empleaba dos categorías, tradición y cambio, que podían remediar las debilidades del estructuralismo. Para antropología marxista, por su parte, bastaba con considerar que la antropología forma parte del "continente de la historia", como decía Louis Althusser. Pero así no se resolvía el problema: pues no siempre queda claro cómo se articulan tradición y cambio, y los marxistas terminan hablando también de una causalidad estructural. 
 
 http://www.revistaenie.clarin.com/notas/2008/05/24/01678677.html
Peu de savants se sont aventurés aussi loin que Claude Lévi-Strauss dans l'exploration des mécanismes cachés de la culture. Par des voies diverses et convergentes, il s'est efforcé de comprendre cette grande machine symbolique qui rassemble tous les plans de la vie humaine, de la famille aux croyances religieuses, des œuvres d'art aux manières de table. Le paradoxe des très grandes œuvres, celles qui sont vraiment décisives et novatrices, est de pouvoir se caractériser en peu de mots.
Ainsi pourrait-on dire qu'il déchiffra le solfège de l'esprit. A tout le moins, il s'en approcha, et de fort près, à force de rigueur et d'invention conceptuelle. Parler d'un solfège de l'esprit n'est pas seulement le prolongement de cette métaphore musicale toujours présente dans l'œuvre de l'anthropologue. Or il faut entendre cette formule littéralement. Même si nous chantions, quotidiennement, les ritournelles de la vie en société, même si nous connaissions par cœur les mélodies des mythes ou des mariages, nous ne savions pas ce qui organisait ces systèmes. Notre conscience ne nous révèle rien, spontanément, des processus qui sont à l'œuvre dans le vaste domaine de la symbolique sociale. C'est pourquoi nous ignorions leurs règles de fonctionnement, les lois de leurs combinaisons. Il nous manquait un solfège.

Derrière la diversité des mélodies, celui-ci explicite les règles qui les engendrent : accord, renversement, transformations. Il définit des formes (canon, fugue, sonate…). Il n'est pas faux de dire que la démarche de Claude Lévi-Strauss visait un but analogue. Ce qui l'attirait avant toute chose était de découvrir les organisations cachées, les lois sous-jacentes au chatoiement des apparences sociales. Il était de ceux qui pensent à la géologie en contemplant un paysage ou songent aux classements botaniques face aux massifs de fleurs.

C'est pourquoi, derrière le foisonnement déconcertant des règles de parenté, des totems ou des mythes, derrière l'apparent tohu-bohu des échanges économiques et des créations artistiques, il s'est consacré à découvrir, plus qu'une partition unique et isolée, certaines des structures qui les engendrent, indépendamment de la volonté des acteurs et de leurs consciences.

Cette démarche, toujours semblable en son fond, connut plusieurs époques et une succession de points d'application. Elle s'attacha d'abord à la parenté, dont Claude Lévi-Strauss, dans sa thèse, abandonna la face visible pour en dégager les "structures élémentaires". Elle se focalisa ensuite sur le totem, dont il éclaira l'énigme en quittant le terrain des analogies apparentes pour mieux saisir les jeux globaux. Elle se fixa longuement sur la mythologie, dont quatre volumes monumentaux, de 1964 à 1971, scrutèrent les transformations et le fonctionnement propre, indépendant des décisions individuelles, des langues, des peuples, voire des lieux et des temps.

Ce souci des structures, des combinatoires, des codes de transformation, rapproche Claude Lévi-Strauss des scientifiques, principalement des mathématiciens. Il le rattache aussi à la lignée des philosophes qui, de Platon à Kant, ont reconnu la place centrale des processus formels.

LES MYTHES "SE PENSENT ENTRE EUX"

Là se trouve le cœur de l'œuvre, et ce qu'elle a, à sa manière, de vertigineux. Car, dans l'analyse de ces milliers de mythes qui "se pensent entre eux", se répondent sans se connaître, se combinent sans que personne l'ait décidé, on voit s'esquisser des procédures mentales universelles.

Cette approche d'un solfège de l'esprit humain prolonge ou accompagne le schématisme de Kant, la linguistique structurale de Roman Jakobson ou, en psychanalyse, la théorie lacanienne du signifiant. Le résultat est d'autant plus impressionnant que cette analyse convoque des peuples et des cultures sans contacts connus les uns avec les autres. L'historien – comme Georges Dumézil, féru lui aussi de perspective structurale – ne compare que des mythes issus de peuples entretenant des liens attestés. En s'affranchissant de cette limite, en confrontant, par exemple, les mythes amérindiens avec ceux du Japon, Lévi-Strauss a ouvert des perspectives théoriques qui intéressent, au-delà de l'ethnologie restreinte, l'anthropologie générale, l'étude de l'esprit des hommes.

Sans doute est-ce là une marque persistante, à travers détours et exils, de son attachement profond à la rigueur des philosophes. Ils ne cessèrent en fait d'avoir sa préférence. Très jeune, cet enfant d'artiste (son père était peintre) porta son attention vers les concepts. Normalien, il choisit en 1927 la philosophie. Agrégé, il commença à l'enseigner en 1932. L'ennui toutefois le gagna vite, et le désir de "l'expérience vécue des sociétés indigènes" l'emporta : il partit en 1935 pour Sao Paulo, où il enseigna durant trois ans en menant plusieurs missions d'étude chez les Bororo, puis les Nambikawara, en compagnie de Dina Dreyfus, sa première femme, épousée en 1932.

Ils se séparèrent à leur retour en France, en 1939, et l'anthropologue connut ensuite deux autres mariages, en 1945 et en 1954.

Révoqué de l'enseignement au titre des lois antijuives de Vichy, il se retrouva à New York, où il fréquenta les surréalistes, et se lia avec Jakobson, dont l'apport fut déterminant dans la construction de son œuvre. L'après-guerre fut une période instable pour ce chercheur dont les œuvres maîtresses commençaient seulement à s'imprimer et que les institutions savantes ne reconnaissaient pas encore. Attaché culturel à New York, puis en mission en Inde et au Pakistan pour l'Unesco, il fut nommé en 1950 à l’Ecole pratique des hautes études avec l’appui de Dumézil.

En 1955, Tristes Tropiques le fit connaître du grand public. Journal de voyage soutenu par une écriture limpide et sensible, méditation sur le savoir et sur l’époque d’une grande liberté de ton, le livre est une réussite littéraire et devint aussitôt un succès de librairie, bientôt une référence. Bien des pages de ce livre appartiennent depuis aux anthologies en usage dans les classes. On y découvre un voyageur déjà préoccupé des désastres de la planète, tourmenté par la destruction de la diversité humaine, soucieux d’écologie bien avant que l’époque ne se saisisse du terme. On discerne également son penchant pour le bouddhisme et sa réticence envers l’islam. Cette dernière est si forte que certaines pages de Tristes Tropiques, peu remarquées à l’époque, vaudraient sûrement à leur auteur de virulentes protestations si elles paraissaient aujourd’hui.

Après la publication d’Anthropologie structurale (1958) et l’élection au Collège de France (1959), Lévi-Strauss déploya une activité exceptionnelle d’organisateur et d’auteur qui lui valut une reconnaissance internationale croissante. Après La Pensée sauvage (1962) et les quatre volumes des Mythologiques, il devint évident que cette œuvre était l’une des grandes de son siècle. Il est désormais difficile de parler de l’homme, de la société, des échanges sans tenir compte de son apport.

La voie des honneurs, parallèlement, se poursuivit. En 1973, Claude Lévi-Strauss fut élu à l’Académie française, il accompagna François Mitterrand au Brésil en 1985, ses collections d’objets furent exposées au Musée de l’homme en 1989, ses photographies du Brésil éditées en 1994, son 90e anniversaire célébré par des numéros spéciaux.

En 2005, l’Unesco fêta les 60 ans de sa fondation en confiant à son ancien collaborateur un discours d’ouverture qui restera, bien que l’orateur ait alors approché le siècle, un modèle de pertinence et de lucidité. Il y rappela notamment, en se référant à Rousseau – l’un de ses maîtres, avec Montaigne –, les menaces que notre expansion effrénée fait peser sur la nature et sur l’humanité. Car Claude Lévi-Strauss, en fin de compte, ne dissociait pas la défense de la diversité culturelle et celle de la diversité naturelle.

Dans une époque pressée, confuse, massivement portée à la veulerie et au simplisme, l’homme passait fréquemment pour distant. Tous ceux qui eurent la chance de l’approcher peu ou prou savent combien cet esprit universel, profondément attaché à la dignité de tous peuples, savait être proche, amical, fidèle et chaleureux, surtout si l’on avait su tenir le coup sous son regard, le plus acéré qui fût.

Hautain ? Non. Seulement exigeant, suprêmement intelligent, et peu enclin au mensonge. Cela fait évidemment beaucoup de défauts, surtout si l’on est en outre l’auteur d’une des œuvres majeures du XXe siècle. Dans la cacophonie de l’heure, une partition exemplaire. Et l’élégance altière, à côté du solfège, d’un musicien de l’esprit.

Roger-Pol Droit

http://www.lemonde.fr/carnet/article/2009/11/03/l-ethnologue-claude-levi-strauss-est-mort_1262351_3382.html#ens_id=1262333


El antropólogo francés Claude Lévi-Straus, uno de los intelectuales más relevantes del siglo XX, destacado antropólogo y padre del enfoque estructuralista de las ciencias sociales, falleció el sábado a los 100 años, informó hoy la editorial Plon.

Por: Marcelo Pisarro

Se fue L-S. Lo siento". El mensaje de texto entraba y salía de los celulares. Se copiaban los links de los periódicos que anunciaban la noticia y se reenviaban por mail a los colegas, los amigos, los conocidos. Se contaba la novedad en los pasillos de las universidades, en los barcitos literarios, en el mostrador de las librerías. Parecía que hubiese fallecido el tío viejito de la familia, el tío al que todos los chicos querían porque regalaba golosinas y contaba historias enrevesadas de clanes tribales, criaturas fantásticas y viajes iniciáticos.En cierta manera era así: había fallecido el tío viejito de la familia, el de las historias enrevesadas.

Ayer se supo que en la noche del sábado, a semanas de cumplir los 101 años, murió el antropólogo francés Claude Lévi-Strauss, en París. Los cables de noticias señalaron que no trascendió la causa de la muerte. Tenía cien años. ¿Qué otra causa se necesita?
"Estamos en un mundo al que yo ya no pertenezco -dijo en una entrevista en 2005-. El que yo he conocido, el que he amado, tenía 1.500 millones de habitantes. El mundo actual tiene 6.000 millones de humanos. Ya no es el mío". Esa pátina de melancolía había estado allí desde el principio. Se la leía con claridad en Tristes trópicos, su libro de 1955, el best seller, el que lo convirtió en una celebridad del mundillo intelectual, el que parecía construido en torno a una cita de Pascal: "Nada nos puede consolar, cuando lo pensamos detenidamente".
Tristes trópicos es el relato de un antropólogo que, a mediados de la década de 1930, deja su acomodada vida burguesa en los claustros franceses y pone rumbo hacia la selva amazónica en busca de "una sociedad humana reducida a su expresión básica"; en busca de una sociedad que se creía completa, cerrada y autosuficiente, y que descubre que no es nada de todo eso. Lo que Lévi-Strauss encuentra, en cambio, es el producto del colonialismo, la transformación de los antiguos salvajes en aguas residuales del progreso industrial europeo. Encuentra pobreza, excremento, barro. "La mugre, nuestra mugre que hemos arrojado al rostro de la humanidad".

Esa melancolía nunca desapareció, aunque toda la obra de Lévi-Strauss (en libros esenciales como Las estructuras elementales del parentesco, El pensamiento salvaje, las dos partes de Antropología estructural, los cuatro tomos de las Mitológicas) haya colocado la tensión en el otro polo: el estructuralismo, la última gran empresa positivista de las ciencias humanas y sociales.

Propuso: el espíritu humano es el mismo en todos lados, se hable de indios amazónicos o burgueses europeos. Lo que prima es el intento de llevar orden al caos, de ordenar un universo desordenado. Hay un todo establecido, coherente. Un número limitado de estructuras que se repiten una y otra vez. Un sistema. Valiéndose de la matemática, la lingüística, la cibernética, las ciencias del signo, es posible reconstruir esas estructuras. Los mitos, las leyendas, los dialectos, los bailes, los tatuajes, son accidentes, contingencias. Lo que subyace es esa estructura. Y concluyó: el estudio del pensamiento humano requiere de una ciencia formalista, taxonómica, universal, abstracta.

El estructuralismo fue el paradigma académico predominante durante buena parte del siglo XX, y también una moda cultural que en la posguerra desplazó a otras modas culturales (el existencialismo, por ejemplo).

Si el estructuralismo, como corriente de pensamiento, comenzó con el Curso de lingüística general, la obra póstuma de Ferdinand de Saussure publicada en 1916, fue con los trabajos de Lévi-Strauss que adquirió el status de "movimiento".

Positivista, formalista y antihumanista (en contra de ese humanismo iluminista que acababa en los hornos de Auschwitz), analizó cada fenómeno como un sistema complejo de partes interrelacionadas.

Sus hipótesis fueron adaptadas en disciplinas como antropología, lingüística, historia, neurología, filosofía, sociología, psicología, matemática, arquitectura, etc. En las décadas de 1970 y 1980, sus premisas positivistas cedieron ante modelos más interpretativos y abiertos.

Más que desaparecer, el estructuralismo se disolvió en corrientes como el posestructuralismo, constructivismo, deconstructivismo, posmodernismo o diversas vertientes marxistas.

Quedarán para las biografías el listado de sus deudos (desde Noam Chomsky hasta Umberto Eco, incluyendo a Roland Barthes, Jacques Derrida, Jacques Lacan, Jean Piaget, Thomas Kuhn, Michel Foucault, Louis Althusser, Julia Kristeva y miles más), sus reconocimientos (obtuvo todos los honores que puede recibir una persona de su posición; hasta el Presidente de Francia fue a saludarlo por su cumpleaños número cien), las críticas que cosechó (muchísimas), su pasión por el arte y la música, su activa oposición al colonialismo y el racismo (Raza e historia, su texto de 1951, es básicamente la segunda carta de fundación de la Unesco).

"En disciplinas como la nuestra, el saber científico avanza a paso inseguro, bajo el látigo de la contención y la duda -escribió Claude Lévi-Strauss, el tío viejito de la familia-. Basta que se le reconozca el modesto mérito de haber dejado un problema difícil en estado menos malo que como se lo encontró".

Acaso los mensajes de texto, los cuchicheos en pasillos y en mesitas de bar, hayan sido una forma de reconocerle tan modesto mérito.

http://www.revistaenie.clarin.com/notas/2009/11/03/_-02032987.htm

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