Presentación
de Un afán conservador, de Pablo Aravena
Ediciones
Inubicalistas, Valparaíso, julio 2019.
Sergio
Rojas
Filósofo,
Profesor Titular de la Universidad de Chile.
Tengo
con Pablo Aravena una larga relación de amistad e intercambio intelectual,
compartiendo inquietudes, bibliografías, iniciativas académicas, el gusto por
el rock, largas conversaciones de bar o restaurante después de un coloquio o de
una mesa de trabajo en la universidad, en fin, como decía, una larga relación
de amistad.
Reconozco
en el libro que ahora comentamos los temas que han nutrido nuestra comunicación
intelectual en estos años, varios de estos textos los conocía desde antes, algunas
de las reseñas incluidas corresponden precisamente a publicaciones de mi
autoría.
Uno
de los motivos que cruza los escritos aquí reunidos expresa la necesidad de
pensar a contrapelo de la burocratización del pensamiento que hoy se impone en
el marco de un imperativo de “acreditación” generalizada, en la que cada
académico debe manejar su carrera como si fuese una empresa personal. En este
contexto, celebro la aparición de un libro como este, en el que la voluntad de
pensar es a la vez voluntad de diálogo.
Dejarse
interpelar por la experiencia de nuestro tiempo, intentar hacerse contemporáneo
de lo que (nos) acontece, es exponerse. Me refiero a la necesidad de la
reflexión, del diálogo, de la conversación, incluso de la discusión, cuando lo
que nos convoca no es el claustro de emergencia citado por el director, la
cuenta anual de una autoridad, el informe que la comisión deberá entregar en
tres días más, etc., sino el hecho de que el paradigma epocal en el que
habitamos se tambalea. Es lo que sucede cuando al leer la prensa me pregunto:
¿es que acaso “la realidad” definitivamente no funciona o se trata más bien de
que así funciona?
Reconozco
tres grandes discusiones en los escritos que componen este libro de Pablo: el
presente de las humanidades, la realidad de la izquierda, el estatuto del
tiempo presente.
Las humanidades
Respecto
a la crisis de la figura del intelectual en nuestro tiempo, a la extinción de
su lugar, escribe Aravena: “Si la desaparición de dichas condiciones elementales
del discurso intelectual es preocupante en la vida pública, es francamente
dramática en el espacio universitario, institución que -más allá de su total
privatización y gestión como mera empresa- sufre directamente el impacto de la
desaparición de sujetos letrados por efecto añadido de la extinción del mundo
que los producía”. En efecto, ¿cuál es hoy el lugar de las humanidades? ¿La
nominación institucional de una Facultad? ¿Un principio administrativo del
saber almacenado? ¿Un sector en la biblioteca? La cuestión de “los clásicos” y
el canon.
La
crítica de Aravena respecto a la existencia académica es lúcida e irónica. Como
si en el presente lo que se denomina vida académica consistiera finalmente en acomodarse
en una realidad en la que no ha quedado lugar para el pensamiento. Para muchos
se trataría de sobrellevar esa falta de lugar, de sobreponerse al
presentimiento de irrealidad que abruma cuando se reconocen reflexionar y
generar conocimiento en un medio que dejó de leer: “Llevado al espacio universitario
uno puede ver cómo se van dando distintas ‘especies’ de académicos: están los
cándidos (…), los cínicos y finalmente los elitistas”. Los primeros, según
Aravena, ignoran los signos de su intrascendencia confiando en el lugar que la
institución les reconoce; los segundos exhiben su resignado escepticismo como una
lucidez que se solaza en su propia impotencia; los terceros consideran que sus
competencias e inteligencia excede toda posibilidad de reconocimiento y
proceden estableciendo expectativas “privadas” con aquella minoría que,
participando también de una cierta excelencia, puede valorarlos.
De
lo anterior se sigue la importancia que Aravena reconoce en un tipo de
escritura en la que toma cuerpo la reflexión cuando es convocada y exigida por concretas
circunstancias. Señala -no exento de ironía- que “si las seguimos cultivando
[columnas de periódico, reseñas de libros, intervenciones orales en eventos públicos]
es porque constituyen la última expectativa de lectura pública -no intragremial-
que tenemos: ‘siendo breves y llanos quizá nos lean”. ¿Para qué se necesitan
lectores?: “para construir una comunidad
fundada en el uso público de la razón, en la crítica de la falsedad, la
mentira, el oscurantismo, en fin, una comunidad vigilante de su libertad”.
Aravena es claro en subrayar el ejercicio público de la razón, algo que en la
actualidad parece ir “a la baja”. Sartre comenta que, en medio de los hechos de
mayo del 68, minutos antes de hablar ante un auditorio multitudinario, recibe
por mano un pequeño papel con el siguiente mensaje: “Sartre, sea breve por
favor”. El lugar del intelectual había comenzado a extinguirse.
Me interesa la idea de comunidad que sugiere Pablo. Byun Chul-han,
un autor cuya lectura compartimos, nombra a la sociedad de las redes digitales
como la sociedad de “la indignación”, la sociedad del escándalo. La indignación
que se expresa en las redes es, por lo general, expresión individual: “Los individuos
que se unen en un enjambre digital no desarrollan ningún nosotros”. Su sentido último no es democrático, pues el “contenido”
exhibe su derecho a ignorar el
parecer y sentir de los demás; ocurre como si la verdad de su contenido
consistiera precisamente en ostentar su indiferencia
por los demás. En cambio, el espacio público que Pablo imagina desde su
escritura se encuentra tramado dialógicamente.
La izquierda
El tratamiento de la izquierda en algunos
de los escritos en este volumen se relaciona internamente con la preocupación
de Pablo por la cuestión del tiempo histórico y el sostenido e importante trabajo
que ha venido desarrollando en el campo de la teoría de la historia. Una de las
cuestiones centrales aquí es la pregunta por la necesidad y posibilidad de un sujeto histórico.
La izquierda no sólo tiene un pasado, sino
que pareciera que sólo tiene pasado. ¿Dónde existe la izquierda hoy? En la
universidad, sin duda, y ¿más allá de esta? Existe injusticia, desigualdad,
malestar, dolor, por cierto, pero ¿qué hace hoy a la izquierda en medio de todo esto? En algunos de estos escritos
la crítica a la izquierda expresa su reflexivo compromiso con esta, al punto de
que por momentos pareciera que decir de alguien que es historiador y agregar
que se trata de un historiador “de izquierda” viene a ser una especie de
pleonasmo.
Es claro que para Pablo ser de izquierda
hoy no es una posición ni una dirección ya nítidamente trazada (como cuando
decimos “tomar la izquierda”), sino un trabajo que comienza por poner en cuestión
los lugares comunes que hacen a priori de la izquierda una posición. Uno de
esos a priori consiste en una cierta representación de lo que puede ser “el
pueblo”: “El heroísmo nunca alcanzó
para desplazar esta miseria humana. La miseria de un populacho que, a cambio de
pan y circo, y resignado en su servilismo, estaba dispuesto a asentir las más
atroces aberraciones del poderoso. Es por esto que, desde muy temprano, tuve
problemas por comprender a qué ‘pueblo’ se refería Allende en sus discursos, cuál
era ese sujeto colectivo que tendría que retornar libre por las anchas alamedas”.
No se trata en lo esencial de un cuestionamiento teórico al ejercicio
discursivo de la política en aquellos años de convulsa cotidianeidad, sino de
una crítica a la izquierda que hoy tiene la mirada dirigida hacia el pasado, como
buscando una épica que pueda ser útil en el presente.
Una curiosa forma de dar lugar a la utopía
en el presente, cuando el sentido de esta ya no estaría en el futuro, sino en
el pasado de una izquierda que parece decir “creímos una vez en un futuro”. “Una actitud que busca recomponer el
orden pre-UP, ya que, si bien aquella sociedad tenía sus vicios, poseía un
atributo que el candor de las pasiones utópicas no les había dejado ver en ese
entonces: un consenso político que hacía posible la democracia, roto ese
consenso vino la catástrofe. El presente y el futuro de Chile debían parecerse
al pasado”. La propuesta de Aravena es clara: es necesario que la izquierda levante
la vista desde el pasado: “es
justamente esta aparente evidencia rotunda, esta especie de consenso de
izquierda sobre la UP como utopía del pasado, lo que nos debe alarmar”. Esto
implica, a la vez, descargar al pasado de las expectativas de un presente
políticamente debilitado. Es decir, es necesario volver sobre el período de la
UP y reflexionar críticamente lo que fue ese proceso. Lo que Aravena lúcidamente
sugiere es que la UP se transformó en un proyecto utópico a posteriori: como
utopía “la UP sólo puede ser una utopía del pasado, lo que tiene que ver no únicamente
(…) con el sentido de las muertes y víctimas, sino (…) con la ‘no disponibilidad’
hoy del futuro. En su propio momento ¿era tan evidente como hoy que la UP era
un proyecto utópico?”. Pareciera que
miramos hacia atrás buscando un futuro, buscando un tiempo que tenía el futuro
por delante.
El estatuto del tiempo
presente
Reconocemos
que no comprendemos lo que hacemos, que hay un sentido pendiente en el presente y que esto tiene que ver
con un pasado que torna extraña la cotidianeidad en la que arraigamos. Francois
Hartog -autor de importante referencia en el pensamiento de Aravena- denomina presentismo al hecho de que hoy la
realidad de los acontecimientos mismos se impone sobre cualquier forma de
sentido interpretativo. Esto no implica la simple captura de la subjetividad en
el vértigo de la “actualidad” (lo contingente, lo efímero, lo irrelevante,
etc.), sino el estallido de la realidad misma, diseminada en una pluralidad de acontecimientos
después del agotamiento de las narraciones que permitían elaborar procesos de
sentido en curso, causalidades, períodos. Es todo lo contrario a un simple
desentenderse del pasado, porque ahora el devenir se despliega en un horizonte
colmado de acontecimientos que no parecen tener más sentido que aquel que desde
el presente sea posible reconocer o atribuirles.
El presente se siente responsable de un
pasado que no comprende, y es precisamente esto lo que le encarga hacer presente ese pasado. Según Hartog:
“nuestras experiencias cotidianas son las de un mundo que privilegia lo directo
y lo interactivo, el tiempo real (…), que habla más fácilmente de ‘pasado’
(categoría imprecisa) que de historia, que le da mucha importancia a la
conmemoración, a la puesta en escena y a todas las técnicas de presentificación
más que a la explicación”. Esto incide directamente en la categoría de lo contemporáneo, por cuanto ésta ya no
constituye propiamente un período, sino que señala más bien un tiempo que
emerge con la supresión de la frontera entre presente y pasado, cuando este
parece inundar el presente no dejando lugar al futuro. Escribe Aravena: “ya no
disponemos de la idea de futuro. O al menos este ya no es lo que era un campo
en donde se podía extender la racionalidad para realizar lo que aún faltaba para
la realización plena de nuestra humanidad”. Una especie de “memorialismo” se
hace dominante en el presente, confrontándose con la actualidad del “día a
día”, como si desde ese pasado irresuelto se ejerciera una fuerza de gravedad a
la que es necesario atender; como si, paradójicamente, lo tremendo que yace contenido en ese pasado que no se marcha fuese
un antídoto contra la vacuidad y el sin sentido de lo meramente “actual”.
Paradójica nostalgia del futuro contenida
en el atesoramiento del supuesto coeficiente utópico del pasado: “[la relación
nostálgica con la utopía] es la relación de unas generaciones ‘de transición’
que (…) aún porta energías utópicas o expectativas futuristas en un tiempo en que
el futuro se nos ha clausurado. Es probable que al cabo de un par de
generaciones más ya nadie extrañe el futuro”. Varios de los escritos en este
libro aplican este problema a la ciudad de Valparaíso: “El presente patrimonial
de Valparaíso impone el consumo del pasado antes que su conocimiento”.
La propuesta “conservadora” de Pablo en
este libro, desde su título, es todo lo contrario a resistir en lo consabido,
aferrarse a la tierra firme de los prejuicios compartidos, sino que se trata de
insistir en el trabajo del pensamiento que se orienta hacia lo inédito como la
vocación que le es más propia. “mientras no estemos (…) dispuestos a pensar lo inédito en la historia, nuestros discursos
seguirán siendo impotentes o derechamente conservadores”.
La escritura en este volumen trasunta el
clima de diálogo y también de discusión en el que han tenido origen los artículos,
columnas de periódicos y reseñas que lo componen. ¿Y lo “conservador” de su
afán? Bueno, es todo lo conservador que nos puede parecer la escena de un grupo
de personas que, en medio de esa agitada facticidad en la que toma cuerpo lo
inédito, dialogan acerca del extraño tiempo que les ha tocado vivir.
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